En internet se pueden encontrar numerosos artículos sobre lo que es y lo que debería ser la masculinidad en el siglo XXI. Y, aunque en general se pueden encontrar puntos de convergencia, como el rechazo a una masculinidad entendida como agresividad, sometimiento o violencia o, bien, la importancia de atender y validar las emociones masculinas, existen diferencias significativas en el modo de entenderla y analizarla.
Algunos consideran que la masculinidad es un concepto carente de verdad, construido arbitrariamente y sin validez. A partir de esta visión, se propone una deconstrucción de la masculinidad y de los roles tradicionales, ya que se considera que estos se han caracterizado por la desigualdad, para que no haya diferencia entre lo masculino y lo femenino.
En algunos casos, se entiende la libertad como autodeterminación a través de la elección de género. Esta postura ha abierto no solo la posibilidad de elegir un género, sino también la de poder fluir entre géneros o la de afirmarse más allá de lo masculino o femenino. Otros más, buscando darle un fundamento científico y más objetivo a lo masculino y a los roles de género, circunscribiéndolo a lo que los datos biológicos y neuronales ofrecen.
Si bien estas visiones pueden contribuir a mirar la masculinidad desde diversas angulaturas, pueden también empobrecer su comprensión si ésta se entiende desde un solo enfoque. Si se afirma la masculinidad solo como algo que debe deconstruirse, se corre el riesgo de generar crisis identitarias, sin capacidad para ofrecer propuestas justificadas (que no sean a su vez objeto de deconstrucción), claras, viables y humanizantes. Si todo se deja a la propia autodeterminación, se puede degenerar en actitudes individualistas, sin apertura al otro ni al compromiso con el bien común, además de no considerar el rol que juega el factor biológico, cuyo papel la ciencia ha mostrado con evidencia empírica. Una visión exclusivamente biologista puede dejar fuera aspectos esenciales como la cultura, la libertad y la propia subjetividad en la configuración de la identidad sexual. Entonces, ¿cómo construir una noción de masculinidad?
Consideramos que el camino es el de revalorar una visión integral que asuma la sexualidad como una dimensión constitutiva de la persona humana. Dimensión que atienda a la corporeidad como una forma de expresar apertura y donación, reconociendo la afectividad como una muestra del propio mundo interior y de la capacidad de amar.
Dichas expresiones deben reafirmar la libertad y responder al bien común. Además, la masculinidad no debe verse como algo aislado, sino en referencia a la mujer, no como oposición, sino como complementariedad relacional, donde ambos son iguales en dignidad, y recíprocos al compartir sus dones para enriquecerse humanamente. Solo una comprensión amplia y articulada de la masculinidad, abierta al diálogo entre ciencia, cultura y experiencia humana, permitirá formar varones capaces de vivir su identidad con verdad, libertad y responsabilidad, en apertura al otro y al servicio del bien común.