La madrugada del pasado miércoles tocó tierra el huracán Otis en Acapulco, Guerrero. Es la primera vez en muchos años que un huracán de categoría 5 impacta directamente en esta zona del país. El hecho por sí solo es insólito, pero hay algo que debe llamar más nuestra atención: ni el gobierno federal ni el gobierno estatal tomaron medidas preventivas para aminorar los efectos negativos de la tragedia.

La gestión de riesgos climáticos es una de las tareas que corresponden exclusivamente al gobierno. A pesar de que el mantenimiento de la sustentabilidad y la conservación del medio ambiente son tareas compartidas con la ciudadanía, las empresas e incluso la sociedad civil, en el Estado recaen las tareas medulares para la prevención y atención de desastres naturales.

Este tipo de eventos catastróficos tienen una característica que hace compleja su gestión: es bastante difícil anticipar cuando ocurran y sus dimensiones finales. Sin embargo, entre ellos hay diferencias que permiten gestionarlos más fácilmente. Mientras la ocurrencia de un sismo es muy difícil de prever, por ejemplo, sí es posible anticipar el curso de fenómenos como los huracanes.

Frente al acontecimiento de un desastre natural el recurso más valioso es el tiempo. Su disposición permite evacuar población en riesgo, adoptar medidas preventivas, e incluso en algunos casos tomar precauciones para preservar bienes materiales. Por ello es fundamental que todo gobierno realice permanentemente un análisis de riesgos e invierta en mecanismos que le permitan disponer de información suficiente para aminorar los daños y pérdidas causados por estos fenómenos.

La tragedia causada por Otis desnudó la incompetencia del gobierno federal y del gobierno del estado de Guerrero para gestionar desastres y crisis, en general. Es cierto que Otis fue un huracán que pasó muy rápidamente de ser una tormenta tropical a un huracán de categoría 5 -lo cual también es evidencia de la nueva dimensión de los fenómenos naturales, causada por el cambio climático-, pero el gobierno tuvo más de 24 horas de anticipación para reaccionar y, en cambio, se quedó de brazos cruzados.

Al cierre de edición, diversos reportes periodísticos evidencian la ausencia total de las autoridades estatales y federales para apoyar a los damnificados. En su lugar, López Obrador montó un espectáculo para intentar llegar por tierra a Acapulco, pero lo único que logró fue quedar atascado en el fango.

La población damnificada que permanece en Acapulco requiere urgentemente la solidaridad de todos los mexicanos. Sin embargo, el fraude demostrado en que el gobierno de la Ciudad de México desvió donaciones para uso electoral, hace desconfiar también en cualquier gobierno emanado de Morena. Por ello, desde este espacio invito a la donación de víveres y suministros no perecederos a través de la Cruz Roja Mexicana. Pero también hago un llamado a la memoria: los mexicanos no podemos dejar de lado que esta tragedia pudo ser menos catastrófica si el gobierno federal hubiera actuado a tiempo, si se hubiera puesto a trabajar. Hoy su inacción se convirtió en tragedia, en una negligencia criminal.

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