Invierno de 1985, recuerdo que mi padre llegó con un pollo rostizado, una sidra y un panqué de nueces, lo tengo en mi mente vagamente porque en la casa escuchábamos que no teníamos dinero, que no había más de cenar.

Mi madre hizo un espagueti, nos sentamos a la mesa y recuerdo ver esto a través de la ventana de mi memoria, un poco empañada por los años, un poco sucia por el olvido que se acerca.

Años más tarde, sólo ocho años después, mi madre estaría estrenando un comedor de caoba para seis personas, estilo americano, había instalado un árbol de pino natural que perfumaba la casa completa, debajo había regalos envueltos con papel metálico y moños rojos.

En la estufa hervía el ponche, en el horno se cocinaba un gran pavo con papas y ciruelas, nosotras vestíamos vestidos nuevos, la casa era distinta, estaba llena de cosas, pero para esos años mi papá ya no estaba con nosotros.

Y otros 10 años después, yo misma vestiría mi árbol de Navidad, en compañía de mis tres hijos y mi pareja en aquel momento, poníamos villancicos para niños y entre todos adornábamos el árbol buscando que los niños se contagiaran de la fiesta, vivía con nosotros Salomé, una mujer increíble que me ayudó con la crianza de mis hijos mientras yo me desarrollaba profesionalmente. Cenábamos romeritos y pierna mechada.

Hoy, en el 2023, tengo cinco gatos y un perro, mis hijos se han ido, dos están casadas y Ricardito, mi hijito, falleció en el 2012, de una Navidad a otra.

Estoy desde hace nueve años con mi esposo Jonatan y no tenemos hijos, cada Navidad nos acompañan amigos y de vez en cuando vienen mis hijas porque se turnan un año conmigo y otro con otros familiares.

Hoy en día me gusta poner a Pink Floyd mientras mi esposo y yo adornamos el árbol, determinamos no comprar más árboles naturales y comprarnos uno grande y que nos dure mucho tiempo, hago canela caliente y roles de canela, los disfrutamos cuando terminamos de colgar las esferas y listones. Vodka, mi labrador, nos observa desde su tapete al lado del ventanal y nuestros gatos se instalan en la sala, donde esté caliente, donde esté segura… así pasa el tiempo, las navidades, los días, los segundos… los años.

Ver hacia el pasado puede atormentarme un poco, me hace pensar en los que ya no están, pero no sólo en las personas sino también en las esperanzas, planes, en las energías que cambian y en cómo me observo como una persona distinta que viaja a través del tiempo en diferentes escenarios.

Pero también encontrarme en estos universos tan diversos me dan la certeza de que todos podemos enfrentar los cambios de la vida, aceptarlos es básico para continuar adelante.

Seguramente muchas personas estarán solas en esta Navidad, o en el proceso de un duelo, escuchando el ruido de la puerta que se cierra cuando alguien se va, mirándonos al espejo y viendo esas marcas del tiempo que nos quieren decir que no somos los mismos. Quizás tú mismo no sientas que esta Navidad es la mejor para ti, tal vez extrañas todo lo que se lleva el año a su paso.

Puede ayudar a que sólo tengamos que cerrar nuestros ojos y dejar que todas las emociones fluyan, que te concentres en el hoy, en el presente, que despidas todo lo que ya se fue, que aceptemos que con el tiempo las cosas cambian y que nosotros, agentes de cambio, también podemos cambiar con él.

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