Estudiar nuestro árbol genealógico no es solo un acto de curiosidad; es un gesto profundo de conciencia y sanación. No buscamos únicamente fechas, apellidos o retratos en sepia. Buscamos las historias no contadas, los silencios que se heredan, los patrones que se repiten como eco en la piel, en la forma en que amamos, trabajamos o enfermamos.
En estos días mi esposo ha estado investigando la historia de su abuelo, un hombre velado por la historia, cubierto por la niebla del olvido familiar. Su vida estuvo marcada por la abundancia, los duelos y la pobreza. Pero al mirar su historia, no con juicio, sino con deseo de comprender, comprendí también algo de la historia del hombre que me acompaña. En él encontré partes de su historia que no sabía que eran mías. La forma en que me alejo a veces se aleja mundo, y el lugar desde donde nace la necesidad de de ver más allá, de sanar.
¿Por qué estudiar nuestro árbol genealógico?
Porque dentro de cada rama hay preguntas sin responder que viven en nuestro cuerpo, en nuestros sueños, en nuestras decisiones cotidianas. Porque hay secretos que se heredan, pero también hay dones que están esperando ser reconocidos. Porque nombrar a los que estuvieron antes es darles un lugar y, al mismo tiempo, permitirnos a nosotras ocupar el nuestro con más libertad.
Estudiar el árbol genealógico es también un acto de honestidad: mirar cómo repetimos historias que no empezaron con nosotras, pero que podemos dejar de continuar. Nos permite ver los hilos invisibles que unen a generaciones y entender que mucho de lo que creemos elección es, en realidad, herencia no cuestionada.
¿Qué tiene que ver esto con la epigenética?
La epigenética nos ha mostrado que no solo heredamos genes, sino también la forma en que se expresan. El trauma, el abandono, la violencia, el miedo o el amor vivido por nuestros antepasados pueden modificar nuestras respuestas biológicas, emocionales y conductuales.
Un nieto puede manifestar el miedo de una abuela que nunca conoció. Una bisnieta puede repetir la historia de una mujer que fue silenciada.
Este conocimiento no nos condena: al contrario, nos da la oportunidad de intervenir. Al hacer consciente lo inconsciente, al mirar el árbol con compasión y claridad, tenemos la posibilidad de cambiar el guion.
¿Cómo nos ayuda esto a identificar patrones?
Al observar nuestro árbol, podemos detectar patrones de enfermedades que se repiten (como diabetes, hipertensión, cáncer, trastornos autoinmunes), pero también hábitos alimenticios, adicciones, vínculos con el cuerpo, el dinero, el éxito o la culpa. Podemos ver cómo se han transmitido creencias como “el amor duele”, “el dinero es sucio” o “las mujeres deben sacrificarse”.
Podemos identificar ciclos de abandono, violencia, pobreza, infertilidad o aislamiento que se replican generación tras generación. Y entonces, al nombrarlos, al comprenderlos, al resignificarlos, comenzamos a cortar la repetición inconsciente y abrir espacio a algo nuevo.
Yo no sé si el abuelo supo alguna vez que podía sanar. Pero mi esposo , al investigarlo, al escribir sobre él, al traerlo a la luz, siento que algo en se alivia. Como si el solo acto de mirar ya fuera parte del alivio. Como si sanar la historia también fuera, de algún modo, sanar la suya.