En el Tepetate siempre hubo peleas, en mi vida siempre estoy enfrentando una. No de ring, sino de la vida. Entre el sol y el polvo, entre los que suben y los que ya no se levantan. Ahí aprendí que la motivación no siempre viene de los libros ni de los discursos bonitos. A veces llega envuelta en el olor del sudor, al ruido de los zapatos en las calles, al desvelo , el sueño y el aburrimiento o en el eco de un golpe seco o en la mirada de alguien que se niega a rendirse.
Mi abuelo decía que el boxeo no era para ganar, sino para resistir. Lo escuchaban hablar de los peleadores como si fueran santos del barrio: hombres que sangraban y rezaban al mismo tiempo. Y quizá por eso, cuando veía las películas de Rocky, sentía que no estaba viendo una historia extranjera, sino una historia de nosotros. Ese hombre torpe, con mirada cansada y corazón enorme, era como cualquiera de los nuestros que sigue echándole ganas aunque la vida lo haya tumbado varias veces.
Desde la psicología, la motivación se entiende como esa fuerza interna que impulsa a la acción. No viene de afuera, sino de una mezcla entre necesidad, propósito y deseo de crecimiento. En Rocky, esa motivación nace del vacío: del sentirse “nadie”, del rechazo, de la pérdida, y de la necesidad de encontrar significado en medio del dolor. Su historia muestra cómo la motivación no es un don reservado a los exitosos, sino una capacidad humana que cualquiera puede desarrollar.
Se construye cuando una persona identifica algo que le da sentido —una meta, una pasión, un sueño, una causa— y lo convierte en dirección de vida. Por eso Rocky entrena sin público, sin gloria, porque lo mueve la búsqueda de sí mismo. En términos psicológicos, ha pasado de la motivación extrínseca (ganar, ser reconocido) a la intrínseca: la que nace del alma y del deseo de trascender.
La motivación, pienso ahora, no nace del éxito, sino del hambre. Hambre de demostrar que puedes, de no volver al mismo punto, de cambiar aunque sea un poquito el destino. Rocky no corre por fama, corre porque algo dentro de él no lo deja quedarse quieto.