Diciembre siempre llega con pasos quedos, como quien no quiere despertar el polvo que se ha ido acumulando durante el año. Y aun así, basta con que el calendario cambie para que algo dentro de nosotros empiece a moverse, como viejos ruidos en una casa que parecía en silencio. No sé si es el frío, o las luces, o esa costumbre de querer cerrar ciclos aunque uno no esté listo. Pero diciembre trae consigo un jalón en el pecho, un recordatorio de lo que no hemos llorado, de lo que nos falta o de lo que extrañamos.
La gente dice que estas fechas son para estar contentos, pero a veces la alegría se siente ajena, como un vestido prestado que no nos queda bien. Hay quienes arrastran duelos viejos, que de tanto cargar, ya ni saben dónde duelen.
Otros llevan broncas familiares que se acomodan en la mesa junto al ponche y el pavo. Y hay quien simplemente llega cansado, como si hubiera caminado todo el año cuesta arriba.
Por eso quiero compartir un plan sencillo, uno que no viene de libros complicados ni de frases bonitas, sino de lo que he visto en mis pacientes, en mi familia, y en el corazón de quienes intentan vivir estas fechas sin romperse más.
La primera capa es la interna:
—Es el espacio donde cada quien se sienta con sus emociones como quien se sienta con un viejo conocido. No hace falta entenderlo todo, pero sí reconocer lo que está vivo adentro: la tristeza, el enojo, la apatía, la nostalgia, el miedo a repetir la misma historia de siempre. Nombrar lo que sentimos es como abrir una ventana: entra aire, entra luz. Aunque sea poquito.
La segunda es la de los límites:
—Diciembre viene cargado de invitaciones y compromisos, pero uno no está obligado a todo. A veces basta con decir: “Hoy no puedo”, “No tengo ánimo”, “Voy un rato y me retiro temprano”. Es válido no querer repetir la misma comida con la misma persona que nos hiere cada año. Es válido elegir la paz encima de la tradición. Los límites son puertas que cuidamos para que no entre lo que nos hace daño.
La tercera capa es la relacional:
—No hablo sólo de la familia, sino de las personas que de veras sostienen. Esas amistades que escuchan sin juicio, ese hijo que llega y se sienta junto a uno sin decir gran cosa, esa pareja que entiende cuando el silencio es la única forma de hablar. En diciembre podemos darnos permiso de buscar refugio en quien nos hace sentir en casa, aunque esa casa no sea de paredes, sino de afecto.
La cuarta capa es la espiritual:
—No me refiero a rezos o rituales complicados, aunque también sirven. Hablo de encender una veladora por uno mismo, de limpiar el espacio, de escribir lo que duele para dejarlo ir, de agradecer aunque sea lo más pequeño. Hablo de hacer un gesto que nos recuerde que todavía estamos aquí, que seguimos vivos, aunque el corazón a veces camine despacio.
Y la quinta capa es la práctica:
—Dormir mejor, comer a nuestras horas, caminar aunque sea 10 minutos, parar cuando el cuerpo lo pide. Lo pequeño también sostiene. A veces creemos que la vida se arregla con grandes decisiones, pero son las cosas simples las que nos mantienen de pie.
Si algo he aprendido es que la verdadera calma no llega de golpe: se construye despacito, como la luz que se mete por una rendija. Ojalá este plan sirva para acompañarte a cerrar el año sin pelear contigo, sin disfrazar lo que sientes ni cargar más de lo que puedes. Y si este diciembre te encuentra triste o cansada, que sepas que no estás sola: también eso es parte de la vida, y está bien.