El próximo fin de semana tendremos elecciones y cambio de gobierno en varias entidades. Sin duda, los actores políticos tienen la mira en la elección: será un mapa que prefigure los resultados del 2018. Cada estado es único en antecedentes, historia, grupos de poder y, sobre todo, en su propia cultura que le distingue del resto del país. Las asimetrías económicas y sociales proyectan gran incertidumbre en las elecciones, en un contexto de crimen y drogas. La variable de las candidaturas independientes es otra incógnita que habrá que valorar.

La reconfiguración del poder que nacerá del próximo domingo condicionará la estructura de poder de Querétaro. Estamos en un sistema de partidos de corte nacional que se asume en cada entidad federativa de forma satelital. El verdadero poder es nacional: en los estados, el poder local tiene escasa autonomía y fuerza para asumirse libres de la influencia federal.

El riesgo es que se siga reproduciendo en los estados un sistema no sólo bipartidista o unipartidista, sino que la alternancia, de darse, no represente un inmovilismo político que no ayuda a la transformación democrática.

En Chihuahua, parece que el PRI volverá a imponerse. Allí, desafortunadamente, la oposición no ha potenciado la inconformidad de una experiencia de oposición democrática que había fraguado sus primeras victorias.

Zacatecas vive un auge desde los Monreal. Aunque el PRI encabeza, no sería sorpresa que Morena triunfe, lo que sería un gran retroceso para los zacatecanos que ya vivieron el desgobierno de la “izquierda”.

En Aguascalientes parece consolidarse un cambio político. La candidata proviene del PRI pero se ganó a sus coterráneos. Por merito propio, podría triunfar. Sería de las pocas gubernaturas en manos de una mujer.

Para desgracia de Sinaloa, todo indica que ganará el PRI. Desgracia que también sería si ganara el PRD o el PAN: por el sistema de poder que forjaron, no pueden mostrarse inocentes del todo, de los enclaves del crimen organizado. Las autoridades electorales y las autoridades judiciales poco han limpiado la elección del patrocinio del crimen y de la cultura de la droga. Los contendientes no pueden decir que desconocen el fenómeno o que no pueden combatirlo.

En Puebla ganará el PAN en una minigubernatura que parece un ensayo del pacto entre el gobernador saliente y el Presidente. Este triunfo, en uno de los principales graneros de votos, lejos de consolidar a Anaya, lo devolverá a su justa dimensión: un operador político que es excelente publicista pero sin poder ni fuerza propia para proyectar una candidatura presidencial. Reconfigurará el poder local porque deberá entregar el partido y le deberán hacer un espacio en Querétaro para el 2018.

Veracruz se ratificará como gran feudo priísta, sin negar el crecimiento de Morena y de la coalición del PAN-PRD. No es un problema de personas sino de estilos y de intereses que buscarán editar una versión nueva de la coalición PRI y PAN. No habrá avance democrático.

Oaxaca apuesta por una esperanza que encarnada en el PRI: podría recuperar el poder en manos de la izquierda. Tantos errores y vicios cometió la izquierda que la ciudadanía percibe menos malo al candidato de la tradición en el poder.

La Ciudad de México y Tlaxcala podrían salvar la honra del PRD, que entregó una alianza en varias gubernaturas a sabiendas de que no ganaría ni coligado al PAN. En la capital, será punta de lanza de la constitución y su diseño dependerá, en mucho, de lo que aporte la izquierda que aún queda en el PRD. En la segunda, será una victoria importante aunque modesta en votos.

Tamaulipas y Quintana Roo difícilmente pueden pronosticarse. Ligeramente el PRI podría llevarse la victoria pero a costo alto. Aún ganando, el presidente del PRI no puede decir que tiene resuelta la candidatura presidencial.

Abogado

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