En su discurso de ingreso al Colegio Nacional, el poeta José Gorostiza afirmó: “La libertad puede no consistir en otra cosa que en el sentimiento de la propia posesión dentro de un orden establecido”. Brillante. Es algo cierto que los poetas suelen explicar de la mejor manera conceptos de suma complejidad.

La libertad es un concepto difícil de asir. La libertad parece ser lo que no puede negarse, ya sea por el otro, la sociedad o el estado. En tal sentido, se presenta como un acto o una abstención, esto es, algo que sólo tiene realidad desde el exterior.

¿Esto es así? ¿La libertad es un simple querer o no querer observables en su hacer o abstención desde el exterior? Aquí es donde la frase de Gorostiza hace una propuesta interesante, en las pocas líneas que necesita un gran poeta para expresar algo importante.

Primero, la libertad como sentimiento, como algo que se percibe en y desde el interior, que puede no tener una conexión con la realidad y que es subjetivo necesariamente. Por tanto, puede no ser del todo transmisible (¿qué es el enojo para cada quién?, ¿cómo se diferencia de la simple molestia o la superlativa furia?). Es un estadio personal que nos predispone hacia nosotros mismos así como al exterior.

En segundo lugar, la propia posesión. Este punto me parece el más luminoso de la frase del poeta. La libertad no puede ser el simple querer inmediato de un niño, que, sin pensar en las consecuencias (tal vez sin conocerlas), quiere llenarse la boca de dulces saturados de azúcar a las ocho de la noche de un domingo. No, la libertad es presentada como un gobernarse a sí mismo.

Poseerse es gobernarse; conocer las propias facultades y limitaciones; y, por tanto, prever las consecuencias de un acto o abstención. De esta forma, la libertad no puede desgajarse de la conciencia. No es un querer inconsciente, sino voluntario, un resultado de la madurez.

Ese poseerse a uno mismo es un flujo que admite corrientes contrarias, que puede tener un punto cierto de origen pero cuya desembocadura temporal se desconoce. No faltan remolinos en su curso, que, de hecho, lo mejoran y dan impulso.

Aquí se unen las dos partes de la idea. Poseerse a sí mismo dentro de un orden establecido. Ese orden se desdobla en el aspecto interior al que me he referido ya como un gobierno propio, y uno exterior que tiene que ver con la sociedad y el entorno en el que se mueve la persona.

Ese orden exterior se presenta a la vez dado pero inacabado. Es dado, en cuanto viene impuesto por la tradición o el estado, por la religión o por la propia naturaleza. Y es inacabado porque el individuo, así sea con el pequeño concurso de un grano de arena, participa en la construcción del mandato social, merced a la interacción con sus congéneres y a la participación de su voluntad en la colectiva.

Así el gobierno propio implica esa idea de orden interior, que es el conocimiento de los apetitos propios así como de lo que nos resulta conveniente; y también la idea del orden exterior que implica relacionarnos con un mundo que no vive sin nosotros pero tampoco existe solo para nosotros.

Una libertad que se construye y no es un fin en el sentido de un camino ya recorrido, sino de un proceso de ser más que de hacer. Un decidir producto de la reflexión. Cauce, no desembocadura.

Google News