(23 de abril Día Internacional del Libro)

¿Cómo se atreve? Dirán ustedes, apreciables lectores. La verdad es que a mí también me parece imposible decir cuál es el libro más hermoso del mundo. Sin embargo, ustedes y yo quizá podríamos coincidir con algunas opiniones de los amigos que se reunieron en tertulia para hablar de su pasión por los libros.

-Yo creo que es ese con el que aprendiste a leer, pero también el que te leían tus papás por las noches para irte a dormir cuando eras niño o el que te dejaron de tarea en la escuela y al final te gustó -dijo Marcos, el anfitrión. Mientras tanto se seguían sirviendo las botanas estilo mediterráneo y  deliciosos vinos mexicanos.

-No, el más hermoso es en el que había una protagonista adolescente con la que me identifiqué cuando tenía catorce –comentó Amelia-. No, no, prosiguió: fue el que leí en la Prepa cuando era toda una revolucionaria.

-Los que leímos en la Universidad, sin duda: queríamos cambiar al mundo y la lectura nos lo cambió a nosotros -aseveró Diego-. Aunque, ahora que lo pienso, quizá el que  leí cuando ya trabajaba y me hizo entender cómo son las cosas en la política en todo el mundo… Paola lo interrumpió diciendo: A ver hermanito, no entiendes la definición de “hermoso”; ese tiene que ser el que te llevaste de vacaciones a la playa, el que te regalaron un cumpleaños o  una Navidad. Miguel que siempre ha apoyado a Paola, su esposa, habló como si continuara el discurso de ella: es el que tienes lleno de apuntes porque lo usaste para una presentación en un diplomado que tomaste.

Ema, recién divorciada e integrada de nuevo al grupo, no pudo resistir participar para dar su opinión muy a su estilo, siempre como  proyección de su propia vida o su difícil relación con los hombres: es en el que  has encontrado los parecidos con tu padre, tu tío, tu esposo, tus hijos; el que leías cuando te separaste -aseguró.

Después de un  breve silencio incómodo, Rubén intervino con un tono más desenfadado: el mejor libro del mundo, el más hermoso es el que terminaste de leer en el camión; sí, en los trayectos ida y vuelta a la escuela, al trabajo o a la casa de la novia que vivía al otro lado de la ciudad. O el que terminaste después de mucho, ya como un reto porque había algo que no te convencía. -¡Claro, no eras tú, era el autor que le daba muchas vueltas al asunto! Exclamó su justificación porque tardó mucho en leer la novela que habían acordado todos hacía varios meses.

Para cortar el ánimo del buen Rubén, pues si lo dejaban crecer podría crearse una batalla de dimes y diretes sin fin, Alejandra se apresuró a comentar: “El libro” es el que le leíste a tu bebé de once meses porque además con eso él aprendió a decir oso, casa. Pero también el que me recomendaron el otro día en la oficina o el que traigo en la Tablet, que por cierto no se me puede perder porque ¿saben? me hicieron firmar responsiva por esa tableta.

Marcos volvió  a sentarse a la mesa, después de haber traído las últimas viandas y soltó con total desparpajo: El que leías cuando murió tu abuelo, el que te recomendó tu mejor amigo que se fue a otro país, el que te acompañó en las noches que no podías dormir, el que aún compartes con tu esposa ya fallecida, el que se quedará en tu buró el día que ya no estés.

Entonces el ambiente se tornó un tanto tenso, hubo una pausa algo larga. Pero, después surgió una suerte de lluvia de ideas sin ton ni son. Eran Diego, Alejandra y Ema en una especie de competencia.

-El que prestaste y nunca te regresaron.

-El que lees en tu lugar favorito: el parque, la cafebrería de la esquina o el complejo cultual en el centro de la ciudad.

-Ese por el que pagaste tres veces multa en la biblioteca porque en realidad no lo querías regresar.

-Ese del que puedes repetir pasajes enteros, pero nunca el nombre extraño del autor.

-El que descubriste en uno de tus paseos por la librería que te llamó la atención por su portada, lo mismo que por su costo.

-Ese que estabas buscando desde hace mucho y lo fuiste a encontrar en el rincón de aquella tienda vieja de libros usados.

-El  de tu escritor favorito, el cual te trajeron quién sabe de qué otro país porque cada vez que lo pedías estaba agotado.

- No, ya, el mejor,  el “hermosísimo” libro es del que han hecho como quince adaptaciones de cine -dijo Rubén con seguridad. ¡Estás equivocado! –Saltó Miguel-. Y añadió: el verdaderamente más grande es al que le hicieron apenas una extraordinaria versión fílmica ¿se acuerdan? ese que Vianey recomendó en De tinta y celuloide. ¡No inventes! -Dijo Amelia-. Ella ha recomendado un montón de libros en su columna.

En lo que  todos estuvieron de acuerdo fue en que no importa el número de páginas, la tinta, la tipografía, la casa editorial, el país de origen, ni siquiera la mano que empuñó la pluma que lo dio a luz.

- El libro, cualquier libro, es el mejor. Qué más da si te acercaste a él por espiritualidad o por aprender ciencia. Lo mismo que si te divirtió, te hizo llorar o reflexionar. No importa  si con él pudiste recordar la historia de tu país o te desilusionó más la sociedad –afirmó Marcos con seriedad. Y continuó diciendo: debemos procurarlos, cuidarlos, recomendarlos, contagiar la afición por ellos.

Así continuó la velada entre risas y charla. Entonces Paola y Miguel entraron al comedor con el postre, al tiempo que todos se sirvieron café de Coatepec, para continuar con las lecturas e intercambio de ideas.

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