Una parte importante de lo que nos vincula como comunidad es la memoria acerca del pasado y la forma en cómo elaboramos colectivamente la historia que trata de reconstruir objetivamente el pasado que hemos vivido juntos. A veces, la historia se refiere a momentos en que hemos sido capaces de avanzar la democracia y de proteger los derechos humanos; entonces, la memoria devuelve una imagen positiva de nosotros y nosotras Pero, otras veces, la historia que tenemos que reconstruir tiene que ver con la relación de atrocidades que hemos cometido contra otros seres humanos y con las formas en que la injusticia y la impunidad han lastimado y exterminado; entonces la memoria es un recordatorio de lo que ocurre en ausencia de una cultura de los derechos humanos y de instituciones democráticas que los protejan. La memoria no es una forma edificante de reconciliarnos con el pasado, sino la manera que hemos encontrado para construir un trasfondo narrativo sobre el cual edificar instituciones y prácticas que nos permitan ser una mejor versión de nosotros y nosotras como comunidad política. 

Ahora bien, la memoria no es una construcción lineal. En el camino de revisar el pasado, pueden existir versiones diferentes de la historia que se va a contar. Por eso es que tenemos que ser políticamente responsables a la hora de integrar los relatos históricos y elaborarlos en una memoria que está disponible en el espacio público y que puede irse modificando con el tiempo, para ser cada vez mas plural, mas precisa, mas respetuosa de las miradas de todos y todas quienes han sido afectados por un hecho del pasado. ¿Cómo se hace esto? Haciendo que los hechos del pasado sean sometidos a una revisión cuidadosa, que se incluyan en la memoria una diversidad de testimonios y, sobre todo, que se contextualicen los hechos y se muestre la forma en que cada acto humano tiene consecuencias y que no hay una idea del destino o la necesidad histórica operando tras nuestras voluntades. 

Hace unos días, unos adolescentes de Guadalajara participaron en una competencia temática de baile con una coreografía que empleaba vestimentas, gestos e imágenes de clara inspiración nazi. Con una música militar, las y los chicos bailaban en sincronía, con una escenografía de cruces gamadas, simulando un batalla y, al final, se desplegaba una bandera roja y negra frente a la cual ellos y ellas realizaban el bien conocido saludo que en la época de la Alemania nazi se hacía frente a Hitler. A mi se me ocurre preguntarme muchas cosas a propósito: ¿por qué ellos y ellas eligieron esa coreografía? ¿Saben que esos símbolos fueron usados durante una época de la historia en la que murieron millones de personas a causa de prejuicios y estigmas discriminatorios que sirvieron para arrebatarles la dignidad?¿Qué pensarían ellos y ellas si fueran descendientes de personas muertas durante el Holocausto y, de repente, alguien convirtiera dichossímbolos en un espectáculo?

No quiero contribuir a la criminalización de las y los chicos. Más bien, quisiera que observáramos este acto como un recordatorio del deber de enseñar a las personas más jóvenes acerca de los hechos del pasado que han mostrado la capacidad para dañar en ausencia de las protecciones fundamentales que son los derechos humanos; también como un recordatorio de la libertad que hoy tenemos para discutir y expresar en público nuestras ideas, y que esta es una conquista de la democracia que ha costado mucha sangre y dolor. Nuestra legislación no prohíbe –como si se hace en otros países– aquello que se ha dado en llamar apología del nazismo, es decir, la exhibición celebratoria de símbolos directamente relacionados con la destrucción de personas sistemáticamente dirigida desde el Tercer Reich; pero lo que si tenemos que hacer es enfrentarnos a ese pasado con responsabilidad e integrar una memoria en la que quepan todos los puntos de vista, tanto la de los herederos de quienes murieron en aquella época de manera injusta, pero también la de quienes son más jóvenes y tienen que comprender que el daño que ocurrió en aquellos espacios no se puede tomar a la ligera ni olvidarse.

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