¡Por fin dieron de baja al chavito que le pegó tan salvajemente a su compañerita de clases, en el CECYTE de Quintana Roo!
—¿También la dieron de baja a ella?
—¿Por qué también tendrían que darla de baja, si el que pegó fue él? 
—Abuelito, tienes que ver el video desde el principio, porque en algunos noticieros le cortaron esa parte. Mira, siéntate, te lo pongo. ¿Ya viste? Ella llega y echa para atrás la silla que ya estaba ahí. ¡Era la silla de Jairo, con sus cosas!
—Tienes razón… Después de quitar esa silla, se hace la loca y jala otra en la que pone sus cosas, ¡justo en el lugar en el que estaba la silla que quitó! ¡Lo estaba retando!
—Y es cuando él, le dice algo y comienza a jalarle el pelo. 
—Es verdad. Esa parte no la pasan en los noticieros. Ahora entiendo porque cuando entrevistan al director de la escuela, explica que la niña le dijo que su compañero solo le había jalado el pelo. 
—Pues sí, ¡porque la canija sabe lo que le hizo! Ella aparece en otro video, donde junto con dos niñas más le pegan salvajemente a Jairo, afuera del salón de clases. Pero nadie se metió a ayudarlo a él, ¿nomás porque es gay? ¡No se vale! 
—Tienes razón. El bumerang es un instrumento de pelea que lanzas contra tu enemigo y si no te pones abusado, se regresa contra ti con más fuerza. 
—¡Claro! ¡Por eso la niña no quiso poner su denuncia! Porque sabía que si investigaban, le iban a sacar sus trapitos al sol. ¡Mira, ven! Te voy a poner el video donde Jairo explica que fue una pelea entre iguales, desde su perspectiva.
—Es verdad… Si no suben el video del pleito a Internet, los familiares de la niña nunca se hubieran enterado, y no la hubieran obligado a denunciar. Debe ser muy difícil para quienes vigilan a los alumnos tenerlos a todos bajo control, todo el tiempo. Lo que sí me parece de cuidado, es que en cualquier escuela de México, no se preocupen por evitar las agresiones hacia adolescentes y jóvenes gays y lesbianas.
—Abuelito, eso nunca va a pasar. ¡Para las escuelas nosotros no existimos! Y si nos matamos arreglando nuestras diferencias, les haríamos un favor. 
—Tuviste alguna situación así en tu escuela, ¿verdad?
—No. Yo no. En la escuela iba un niño muy chido, pero muy afeminado. Hablaba y se movía como niña, y luego ¡hasta se vestía como ellas! Y todos los hombres le pegaban, lo escupían, le quitaban sus libros y se los rompían. Le quitaban su dinero y luego le metían la cabeza en las tazas del baño, sin jalarle la cadena. Yo quería ayudarlo, pero me daba mucho miedo, ni siquiera le hablaba, porque pensaba que iban a descubrir que éramos iguales y también me iban a pegar a mí. 
—¿Y los maestros qué hacían?
—Se hacían tontos. Ninguno lo defendíamos. Un día que lo iban a meter al baño, sacó un cuchillo y trató de matar a los que lo agredían, pero todos se le fueron encima y lo desarmaron, lo desnudaron, lo orinaron, le pintaron groserías con marcador de tinta en el cuerpo y así lo sacaron a la calle. Al otro día, su mamá vino a preguntar si alguien sabía dónde estaba Peter Anguila, que así le decían por alto y flaco, y no supimos decirle nada de nada, nunca más…
—¿Por qué nunca me habías platicado todo eso?
—Porque me daba miedo que descubrieras que soy gay. Por eso es que nunca le he querido decir a mi mamá, porque no me va a comprender, y me va a mandar a un anexo para que me curen. Ahí te golpean todo el tiempo, y si saben que eres gay o lesbiana, te violan, hasta que se te quite.
—La homosexualidad no se quita, porque que no es una gripa o un dolor de muela. Hijo, te juro que mientras yo viva, no te va a pasar nada de eso. ¡Nunca! ¡Juntos lucharemos para que a ningún otro ser humano le ocurra!

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