Ciertamente, las declaraciones de Javier “El Chicharito” Hernández realizadas en un video compartido en redes sociales generaron una fuerte reacción en la opinión pública. Durante los últimos años no metió goles, mostrando la decadencia de su carrera futbolística, pero sus comentarios misóginos y discriminatorios consiguieron situarlo en la conversación pública. Precisamente, porque no está solo, lamentablemente muchas personas piensan como él.

En ocasiones, responder a este tipo de violencias pareciera un error. Hay quienes consideran que protestar frente a estas provocaciones es una forma de dar protagonismo al agresor. Rebatir estas opiniones implica no consentir discursos de odio que intentan revertir los derechos conseguidos por las mujeres.

Evidencias sociales, jurídicas y éticas muestran que lo dicho por este personaje es cuestionable. Instar a las mujeres a “encarnar su energía femenina cuidando, nutriendo, limpiando y sosteniendo el hogar”, perpetúan estereotipos desmentidos por datos oficiales. En México, 7 de cada 10 mujeres sufren violencia de género en el “hogar”, resultado de la imposición de roles tradicionales impuestos por una cultura que las denigra y las considera inferiores.

Entre enero de 2015 y marzo de 2025 se registraron 8 mil 571 feminicidios, la forma más extrema de violencia en razón de género contra las mujeres con un componente de odio, según refieren datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP).

En sus declaraciones, “El Chicharito” señala que “las mujeres tienen que aprender a recibir y honrar la masculinidad”. La “honra a la masculinidad”, que demanda este personaje implica subordinación, contradiciendo el principio de reciprocidad en relaciones igualitarias. El artículo 4º de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos garantiza la igualdad sustantiva, principio que implica el acceso igualitario a los derechos sin estereotipos.

Declarar que “las mujeres están erradicando la masculinidad, volviendo a la sociedad hipersensible”, fomenta la conexión con ideologías peligrosas que potencian la violencia de género.

Cuando el lenguaje se utiliza para herir, para discriminar y excluir, deviene en una forma de discurso de odio. Las palabras utilizadas para denigrar a las mujeres, no es libertad de expresión, sino violencia y permisividad desenfrenada que “justifica” la desigualdad provocando un sufrimiento radical –las cifras de feminicidios no mienten–. No sólo causan daño, socavan la capacidad de actuar políticamente. Frenan la facultad de incidir en las decisiones del espacio público y privado.

El lenguaje utilizado por personajes como “El Chicharito”, se replica en amplios sectores que afirman que, “si las mujeres permanecen en casa y obedientes”, todo será mejor. En realidad, esta suposición (o mejor aún, manipulación discursiva) es errónea.

La violencia de género no sólo es un agravio para las mujeres, es un daño que trasmina todo el espectro social. El costo siempre lo pagan los grupos más desfavorecidos. Por el contrario, los enclaves privilegiados se benefician al frenar a un sector que podría desafiar el “statu quo”.

Doctorada en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM y Posdoctorada por la Universidad de Yale

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