Frente a los sentimientos de angustia de la gente, derivados de la impotencia que experimentan en un contexto de radical desigualdad económica que les impide encontrar una vía para mejorar su calidad de vida, aumenta el atractivo por las respuestas inmediatas ofrecidas por los movimientos políticamente extremos a los problemas apremiantes.

La producción de extremismos políticos responde a la desigualdad estructural que viven las sociedades contemporáneas. El ascenso de las ultraderechas y las izquierdas radicales se inscriben en la misma lógica.

El pensamiento maniqueo y dicotómico es una de sus características de los extremismos políticos. La división del mundo en “buenos y malos”, “nosotros y ellos”, en el que no existe matiz entre las perspectivas de unos y otros. El otro siempre es percibido como un enemigo irreconciliable.

La intolerancia y el rechazo al pluralismo constituye otra de sus manifestaciones. No se tolera la disidencia, la diversidad de opiniones o la existencia de grupos políticos diferentes al que se pertenece es inaceptable. La apuesta es que todos piensen de la misma manera, considerando que su visión es la única válida y moralmente superior.

El dogmatismo ideológico es la marca de identidad de los extremismos políticos. Las creencias de quienes forman parte de estos grupos consideran que son absolutas e incuestionables. Permanecen cerrados al debate y a cualquier expresión que contradiga su ideología.

La militancia se convierte en un activismo agresivo que promueve prácticas que pueden derivar en la justificación o el uso de la violencia como herramienta política para conseguir sus fines.

Dependiendo de la orientación, el extremismo político puede convertirse en un nacionalismo que excluye a los “no pertenecientes”, generando una ola de violencia contra la inmigración y asilo político de quienes no cumplen con los criterios requeridos por el país receptor.

Las implicaciones del extremismo político son profundas para el desarrollo de las actuales democracias y afectan todos los niveles de la sociedad. Ataca y produce divisiones sociales generando polarización, impidiendo el consenso, el diálogo y la cooperación política. Al deshumanizar al oponente, se abre el camino para justificar la violencia política y perseguir a las minorías.

Cuando llega al poder un movimiento fundado en los extremismos políticos, aumenta la discriminación y el odio, se reprime a las minorías étnicas, religiosas, sexuales y políticas, las cuales son vistas como una amenaza y suelen ser blanco de persecución.

La desigualdad estructural se convirtió en un catalizador del ascenso de los extremismos de derechas e izquierdas a nivel global, colocando a la democracia en un riesgo radical. Mientras que el 1% de la élite económica, financiera y tecnológica acumule más riqueza que el 99 por ciento de la población mundial, será imposible acceder a una calidad democrática real.

Ante este escenario, la mayoría de la población permanecerá enfurecida y esperando a que llegue un líder para terminar con esta desigualdad inhumana. Justo, en ese intersticio, continuarán instaurándose los extremismos políticos que hoy atestiguamos.

Doctorada en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM y Posdoctorada por la Universidad de Yale

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