Independientemente de la aplicación de las encuestas que inició esta semana para elegir a quien coordinará los “trabajos de defensa de la 4T” y la coordinación por el “Frente Amplio por México”, desde ahora sabemos que la contienda por la Presidencia de la República en 2024 estará protagonizada por dos mujeres.
Claudia Sheinbaum por la alianza Morena-PT-Partido Verde, quien propone “seguir transformando a México” y Xóchitl Gálvez por la coalición opositora PRI-PAN-PRD en su apuesta por regresar a las políticas del pasado.
Muchos celebran el hecho de que dos mujeres se enfrenten en 2024 para contender por la Presidencia de México. Consideran que se trata de un importante logro histórico asistir a un proceso de esta naturaleza.
Frente a este escenario, surge una legítima inquietud, ¿es suficiente que las mujeres ocupen altos puestos de decisión para cambiar las condiciones de desigualdad, injusticia y violencia?
La experiencia que vive el Perú con Dina Boluarte y las prácticas ejercidas por el Poder Judicial en México muestran otros datos, sólo por referir dos ejemplos.
Ser mujer no constituye una garantía para la mejor toma de decisiones. Esta circunstancia debe ir acompañada de una ética inquebrantable y sostenida por un proyecto que vaya más allá de un programa económico expoliador y plutocrático, casi siempre edulcorado por una política meritocrática liberal del reconocimiento.
¿Qué proyecto presentarán Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez en sus campañas políticas para convencer a los electores de que se trata de la mejor opción?
En lo que está por venir, ambas políticas están obligadas a presentar su propuesta de trabajo con respecto a la inseguridad, la desaparición de personas, la violencia de género, la impunidad y la corrupción, al cambio climático y la disminución de la desigualdad y la pobreza. El reto por enfrentar no es menor.
Aquí no bastan huipiles ni retóricas sobre la continuidad con cambio. Ninguna de las dos puede evadir el hecho de que la crisis general que hoy vivimos está vinculada directamente con la forma de un capitalismo globalizador, neoliberal y financiarizado.
No se trata de un mero sistema económico, sino de una cuestión más compleja, de un orden social institucionalizado que congrega un conjunto de condiciones indispensables para la reproducción de la economía capitalista.
En este cruce se articulan crimen organizado y delincuencia de cuello blanco puestos en relación mediante las estructuras de los tres niveles de gobierno y poderes del Estado, cuyo objetivo es favorecer a las corporaciones mercantiles privadas.
El problema que enfrenta México es de dimensiones agudas. Los tiempos del “chistorete” y la banalidad que marcaron los recorridos y giras de las “aspirantes” a la Presidencia de la República deben concluir, por el bien de todos.
Sin un proyecto viable para escapar de la feroz y despiadada competencia del mercado, donde la solidaridad se contrajo hasta casi desaparecer, el horizonte se vislumbra intransitable, aunque sea una mujer la que gobierne.
Doctorada en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM y Posdoctorada por la Universidad de Yale