Crear un “chivo expiatorio” y convertirlo en sujeto de odio para desactivar cualquier forma de acción colectiva dirigida a transformar un sistema político, configura el punto de partida en la instrumentación de la “guerra sucia”.

La transformación de las instituciones tradicionales, sobre las que históricamente se sostuvieron regímenes dominados por unos cuantos, atemoriza a muchas personas. Ese espacio de duda e inseguridad deviene terreno fértil para narrativas mediáticas y digitales que “transfieren” a una figura el daño social y económico perpetrado durante décadas por grupos de interés.

Tres registros participan en la construcción del “chivo expiatorio”: el político, el mediático y el digital.

La introducción de información carente de pruebas para desacreditar gobiernos, publicada por corporativos mediáticos –extranjeros y nacionales– y replicada mediante el uso de Inteligencia Artificial y Troll Centers a través de millones de cuentas falsas en redes sociales, supone una forma de injerencia política y vulneración de la soberanía de un país.

Los registros instrumentados en la “guerra sucia” apelan a emociones que favorecen la formación de “multitudes” que, atemorizadas por la incertidumbre del cambio, prefieren apostar porque las cosas permanezcan iguales.

El miedo y el odio, sembrados en las campañas de desinformación dirigidas a lastimar la dignidad y autoridad moral de quien se convierte en el blanco de los ataques, juegan un papel fundamental.

Nacido de la incertidumbre, la duda y la desesperación, el miedo es una emoción que disminuye la potencia para actuar ante la imagen de “algo”, asociado con lo malo o, directamente considerado malo. Por su parte, el odio reúne aquellas pasiones que anulan a la persona sumiéndola en la frustración, la negación y la violencia –la cólera, el resentimiento y la envidia– impidiéndole actuar colectivamente. Sin acción colectiva queda suspendida la política.

Las poblaciones atemorizadas se convierten en una multitud de personas aisladas, incapaces de mirarse entre ellas, sometidas a la resignación de aceptar que las cosas continúen sin modificarse. Justamente, en esto radica el germen de los totalitarismos gestados en el siglo XX, que hoy pretenden imponer quienes se resisten a transformar las instituciones en el presente.

La multitud creada bajo el miedo y el odio apuesta por volver al pasado porque supone que de esta manera regresará a un espacio seguro y certero –lugar que nunca existió–.

Miedo y odio, emociones vinculadas a la ideología totalitaria se entretejen a dos peligros que acechan a la democracia en nuestros días. La defensa que las oligarquías políticas y económicas, nacionales y extranjeras, han emprendido para proteger sus privilegios a toda costa. Y, el clasismo y racismo, modos de operación utilizados para denigrar a quienes se resisten a regresar a la lógica de gobiernos anteriores. Prácticas que mantienen una estrecha relación, como si la ambición de unos pocos justificara la violencia radical de la exclusión de las mayorías.

Doctorada en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM y Posdoctorada por la Universidad de Yale


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