El sábado pasado, miles de personas se sumaron a la marcha de la “Generación Z”, realizada en la Ciudad de México y en más de cincuenta ciudades del país. Dos días antes, la presidenta Claudia Sheinbaum presentó un informe durante su conferencia matutina, en el que se asoció la organización de la movilización a una estrategia digital pagada, impulsada por la ultraderecha internacional y opositores políticos a la 4T.
Ciertamente, la convocatoria a la marcha no fue realizada por los jóvenes autodenominados “Generación Z”, como lo evidencia el deslinde hecho por Iván, conocido como “Mero Perro”, quien administraba las redes sociales del movimiento original. Sin embargo, esto no constituye el centro de la cuestión. El desafío principal que enfrenta la presidenta de México radica en anticiparse a las estrategias de una oposición que tiene el apoyo de la ultraderecha global.
Tras el triunfo de Andrés Manuel López Obrador en 2018 y el contundente respaldo mayoritario a Claudia Sheinbaum en 2024, que aseguró la continuidad del proyecto de la 4T, la ultraderecha en México era percibida como un fenómeno lejano, propio de otras regiones del mundo, resultado de los conflictos políticos que allí sucedían.
En este marco, los elevados niveles de desigualdad socioeconómica imperantes en el país permitieron a AMLO elaborar un proyecto de nación que, en escenario de competencia democrática, le dio una ventaja comparativa sobre la derecha tradicional para ganar la elección. Mientras tanto, la oposición mantuvo su oferta programática centrada en la idea de que la mano invisible del libre mercado solucionaría los problemas de pobreza e inequidad.
El reciente “relanzamiento del PAN” y su alianza con la ultraderecha global, evidenciada en la marcha de la “Gen Z”, incorporó un elemento clave a la disputa política con el gobierno de la 4T: las desigualdades socioculturales.
Con este giro, los opositores consiguieron reposicionar la narrativa de la “batalla cultural” vinculada a las desigualdades socioculturales, empleándola como bandera política para promover un ataque directo a los derechos impulsados por las fuerzas de izquierda, buscando diferenciarse del progresismo y de la derecha tradicional.
Al priorizar la dimensión sociocultural por encima de la socioeconómica, consiguieron movilizar en la marcha reciente no sólo a segmentos acomodados de la sociedad, sino también a sectores populares, abarcando a personas de todas las edades.
Claudia Sheinbaum deberá prestar atención a ambas dimensiones. La confrontación con la nueva ultraderecha no está vinculada a las políticas económicas que se defienden, sino principalmente a las políticas culturales que se promueven.
La desestabilización de los gobiernos no alineados a los poderes imperialistas suele manifestarse, justamente en la dimensión sociocultural. En México, la oposición está construyendo una narrativa basada en el legítimo cansancio social ante problemas estructurales como la inseguridad y la corrupción. Dicha narrativa es utilizada para solicitar la intervención de Estados Unidos y promover el reemplazo del gobierno actual por personas supuestamente virtuosas; es decir, por quienes sostienen ideas de ultraderecha.
Doctorada en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM y Posdoctorada por la Universidad de Yale