El PRI nació adosado al poder presidencial en México. Su origen data de 1928, bajo el nombre de Partido Nacional Revolucionario. En 1938 se convierte en el Partido de la Revolución Mexicana. Y, finalmente, en 1946 asume la actual denominación de Partido Revolucionario Institucional. Un proyecto surgido sobre la base de los principios revolucionarios, dirigido a reestructurar la sociedad mexicana, derivó en un partido hegemónico caracterizado por la concentración de poder, el ejercicio de prácticas autoritarias y la corrupción.

Durante más de setenta años ocupó de forma ininterrumpida prácticamente todas las instituciones políticas en México, centralizando el poder en todos los niveles de gobierno, trasmutando en una “dictadura perfecta”, calificativo utilizado por Vargas Llosa para definir al sistema político mexicano.

Aunque en este trayecto el aparato de estado llevó a cabo elecciones periódicas exhibiendo su compromiso con el régimen democrático, en la práctica el ejercicio estuvo marcado por la manipulación del voto; la actuación arbitraria, personalizada y discrecional del ejecutivo; y, la simulación de la separación de poderes.

Tras cada episodio de represión, fraude electoral y corrupción fue creciendo la desconfianza de la ciudadanía hacia el partido oficial. En 2000 pierde por primera vez las elecciones presidenciales ante el candidato del Partido Acción Nacional. A partir de ese momento formará parte de las filas de la oposición, con excepción del sexenio entre 2012-2018, cuando Felipe Calderón devuelve la presidencia de la República a Enrique Peña Nieto.

Las elecciones de 2018 anunciaron el hundimiento definitivo del PRI. El triunfo del candidato a la presidencia, Andrés Manuel Lopez Obrador, impulsó la fuerza del Movimiento de Renovación Nacional (Morena) en el país, cuya consecuencia inmediata ha sido la pérdida de estados gobernados por el Revolucionario Institucional. Si bien, en esa coyuntura el PRI contaba aún con doce gubernaturas, en 2021 perderá ocho y en 2022, dos más. Actualmente, mantiene las gubernaturas del Estado de México y Coahuila, mismas que serán disputadas en el proceso electoral de 2023. El caso de Durango representa un pírrico triunfo obtenido en 2022. Aunque logró imponer a su candidato a la coalición PRIAND está obligado a negociar las flacas “ganancias” con sus aliados de “Va por México”.

La desaparición del PRI parece inminente por varias razones, pero una en particular resulta devastadora. Nacido de las entrañas del poder político y económico, el PRI desconoce la forma de hacer política alejado de la estructura del aparato estatal. Sin la presidencia de la República, ni gubernaturas para repartir posiciones a sus allegados, está imposibilitado de acceder a las finanzas públicas para comprar conciencias y aumentar la riqueza de sus líderes. Frente a este escenario, resulta más redituable el desplazamiento de sus miembros a partidos políticos que garanticen la continuidad de sus privilegios.

Al final, la dirigencia de Alejandro Moreno Cárdenas “Alito” no es fortuita, prefigura la inevitable debacle del PRI en manos de un personaje que representa todos los vicios reunidos que han prevalecido en el PRI, hoy en extinción.

Doctorada en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM y Posdoctorada por la Universidad de Yale

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