En un contexto de compromiso político y social, durante un discurso pronunciado en la Universidad de Guadalajara el 2 de diciembre de 1972, el expresidente Salvador Allende pronunció la frase: “ser joven y no ser un revolucionario es una contradicción hasta biológica”. No obstante, en la actualidad este planteamiento experimenta una transformación profunda. Las juventudes dejaron de enfocar sus esfuerzos en la revolución y ahora se orientan hacia el aspiracionismo.
Durante décadas, la juventud se convirtió en una fuerza revolucionaria, dispuesta a desafiar el statu quo y a resistir los sistemas dominantes. El movimiento estudiantil de 1968 ilustra este espíritu contestatario, donde la resistencia era valorada como la mayor virtud para transformar la realidad social.
Durante las décadas de los sesenta y setenta, las juventudes adoptaron actitudes críticas frente al autoritarismo, el consumismo y las estructuras de poder tradicionales. Su lucha se caracterizó por la ampliación de los derechos y la búsqueda de paz, impulsada por la fuerza de lo colectivo y la demanda de justicia social.
Sin embargo, en las últimas décadas un giro comienza a manifestarse. Las juventudes pasaron de la resistencia y el cambio radical a desear la integración y el reconocimiento dentro de los sistemas existentes, especialmente en el contexto sociodigital. Por supuesto, con destacadas excepciones: la juventud egipcia que derribó el gobierno de Hosni Mubarak, los “Indignados” en España, el #YoSoy132 en México, los estudiantes chilenos que enfrentaron el gobierno de Piñeira, entre otros.
El ímpetu revolucionario que caracterizaba a los jóvenes está siendo reemplazado por un fuerte deseo de pertenecer a comunidades virtuales, donde la necesidad de ser parte y de ser visto es esencial. En este entorno, el éxito se mide por la cantidad de seguidores, “likes” y visibilidad, lo que fomenta una cultura de aspiración permanente. Ahora los jóvenes ya no buscan resistirse al sistema, sino integrarse y destacar dentro de él.
Resulta sorprendente cómo el capitalismo sociodigital logró lo que ningún otro régimen en el pasado, conseguir que los jóvenes defiendan a quienes los oprimen. Aquellos que antes destacaban por su espíritu revolucionario se convirtieron en los mejores empleados del mes, incluso sin recibir salario ni gozar de derechos sociales.
El capitalismo sociodigital no reprimió la rebeldía, la redirigió, reempaquetó y monetizó. Hoy, la estética “punk” se vende en Zara, las consignas feministas o antirracistas son utilizadas como eslogan de campaña de Nike o Ben & Jerry’s. La rebeldía dejó de ser una postura política para convertirse en un estilo de vida destinado a consumirse.
La resistencia no radica hoy en lanzar consignas sobre el sistema, vivimos un entorno diseñado para absorber y neutralizar estas expresiones. Resistir implica, más bien, ejercer un control consciente sobre nuestra atención, nuestros datos y nuestros deseos. Consiste en defender la soberanía de nuestra mente y preservar su autonomía, al tiempo que recuperamos y fortalecemos los lazos sociales que nos permiten actuar colectivamente, fundamento esencial de la democracia.
Doctorada en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM y Posdoctorada por la Universidad de Yale