Una de las múltiples expresiones de la gentrificación —proceso de “renovación” de una zona urbana a partir del desplazamiento de la población originaria, casi siempre popular, por otra de mayor poder adquisitivo en el que participan gobiernos, inmobiliarias y organismos trasnacionales como la UNESCO— es el denominado “coliving”. Anglicismo referido a un modelo de vivienda donde varias personas, sin ningún vínculo común, comparten un espacio con habitaciones privadas y áreas comunes.

Durante décadas, sectores conservadores han argumentado sobre los riesgos de la instauración del socialismo. Declaran que su instrumentación pone en riesgo las libertades individuales y la propiedad privada, lo que llevaría a la gente a compartir su casa con otras familias.

Paradójicamente, el capitalismo contemporáneo promueve modelos de “coliving”. Una práctica que sustituye el derecho a la vivienda por servicios privatizados. Se trata de viviendas compartidas por personas desconocidas entre sí, que “colectivizan” el espacio privado (baños, cocinas, salas de estar, espacios de trabajo), normalizando la vida sin espacios personales reales. Pero ¿cuál es la relación entre la gentrificación y el “coliving”?

La gentrificación se organiza en varias etapas. Zonas urbanas estratégicas son abandonadas por los gobiernos en términos de servicios y seguridad pública. Procedimiento que detona la inseguridad y la violencia. Una consecuencia inmediata es la desvalorización de la vivienda, circunstancia que facilita la compra a bajo costo de los “fondos buitre” inmobiliarios.

A continuación, organismos como la UNESCO declaran estos sitios “Patrimonio de la Humanidad” y comprometen a los gobiernos a “dignificar” los espacios, obligándolos a destinar recursos públicos en infraestructura; aumentando radicalmente el valor catastral de la zona.

Mientras tanto, los consorcios inmobiliarios edifican espacios comerciales y hoteles de gran lujo. Construyen edificios con viviendas exclusivas para albergar a los “nuevos inquilinos”. La plusvalía sube y los costos de la nueva vivienda se elevan sin límite.

En este escenario aparecen oportunidades para los “emprendedores”. Invertir en la compra de departamentos para rentarlos mediante aplicaciones como Airbnb, la llegada de los mal llamados “nómadas digitales” que encuentran espacios exclusivos a precios extraordinariamente bajos en relación con las economías de sus países de origen, y, por supuesto, la práctica del “coliving”.

Detrás del “coliving” se esconde la precarización disfrazada de innovación y romantización de la pobreza. Pérdida de intimidad bajo un modelo extractivo modelado por las empresas que compran edificios para convertirlos en “colivings”, de los que obtienen ganancias superiores al 300 por ciento. Contratos sin seguridad jurídica y alquileres por cama/módulo en espacios de hacinamiento.

La ironía final…, los mismos que usaron el fantasma del socialismo para defender el capitalismo, instrumentan su propia versión de la vida comunal: sin democracia económica y con fines puramente lucrativos. Pero, eso sí, con rostro de plataforma digital expresado en una estética comunal “cool”.

Doctorada en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM y Posdoctorada por la Universidad de Yale

Google News