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El anuncio de la presidenta Claudia Sheinbaum, después de su llamada el jueves pasado con su homólogo Donald Trump, en el que informó del acuerdo de pausar 90 días la imposición del 30% de aranceles para “construir un acuerdo a largo plazo”, logró evitar un daño económico inmediato y posicionar a México en el “nuevo orden comercial”: ¿triunfo o tregua frágil?
Sheinbaum declaró en su conferencia de prensa: “El acuerdo que tenemos no implicó ninguna acción adicional por parte de México, sino sencillamente nos quedamos como estamos y seguimos platicando”.
El señalamiento implica que los acuerdos dentro del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) continuarán sin cambios, pero seguirán vigentes los aranceles del 25% a las importaciones que están fuera del acuerdo comercial, 25% sobre automóviles, 17% al jitomate y 50% al acero, aluminio y cobre. Aunque esto “no quiere decir que así va a ser los 90 días, nosotros seguimos trabajando en ello”, apuntó la mandataria.
Con el acuerdo, Claudia Sheinbaum consiguió estabilidad comercial inmediata y evitó el aumento del 30% arancelario que entraría en vigor el 1 de agosto. Salvaguardó la integridad del tratado comercial trilateral, evitando el desmantelamiento prefigurado por las políticas proteccionistas de Trump. Y, obtuvo una posición comparativamente favorable respecto a la imposición arancelaria en otros países.
A pesar de la pausa conseguida por la presidenta, el mensaje publicado por Donald Trump en su red social (Truth Social), en el que apuntó: “México acordó terminar de inmediato con sus barreras comerciales no arancelarias, de las cuales había muchas”, activa las alarmas.
El acuerdo de “eliminar barreras comerciales no arancelarias” a cambio de posponer 90 días los aranceles a las importaciones mexicanas, no es una mera renegociación técnica, sino un reordenamiento coercitivo de la relación económica binacional con graves consecuencias que derivarían en la pérdida de soberanía regulatoria y desequilibrio comercial.
Sectores productivos como el de energía, automotriz y agricultura sufrirían un fuerte impacto. La presión inflacionaria, el desempleo, la devaluación del peso mexicano, así como la fuga de capitales serían algunas de las consecuencias macroeconómicas. Al mismo tiempo, México experimentaría la erosión del T-MEC y la pérdida de ventajas negociadoras. Además de incrementar los riesgos políticos y de seguridad nacional por el intervencionismo estadounidense.
México enfrenta un fuerte dilema. Negocia desde la asimetría de poder con Estados Unidos –aunque en declive, es innegable que continúa siendo un imperio–. Esta condición influirá de manera determinante en la decisión del gobierno mexicano entre ceder barreras regulatorias para evitar aranceles catastróficos o arriesgar una recesión por la ruptura comercial.
En este contexto, cada minuto cuenta. Claudia Sheinbaum tendrá que aprovechar el plazo de 90 días para fortalecer el diálogo binacional y preparar la revisión del T-MEC, con vistas a consolidar una relación estable. Aunque en el horizonte, el fantasma del retorno de los aranceles diferidos amenaza con volver, incluso con mayor intensidad.
Doctorada en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM y Posdoctorada por la Universidad de Yale