Si se acepta que en el lenguaje radica la construcción de una cultura y la manera de cómo se entiende el mundo, entonces podemos comprender la propuesta poética de Cristina Rivera Garza, escritora y crítica mexicana, miembro de El Colegio Nacional.
Por alguna razón, cuando se habla de poesía se piensa en lo sublime, como una escritura que envuelve con su mirada prodigiosa el mundo. Pero esto no es lo que la lectora o el lector encuentra en la poesía compilada en Me llamo cuerpo que no está, su libro publicado en mayo de 2023. En la poesía de Rivera Garza, hay una experimentación entre límites genéricos literarios, guiada por una intención ética y política.
Representa, en sus poemas, el esfuerzo por abrir el lenguaje que se usa para perpetuar una situación injusta que parece fundada en la naturaleza humana. Rivera Garza no revisa la corrección en el lenguaje, si no que va más allá. Va por la forma injusta de concebir y articular el mundo que está oculta en el lenguaje cotidiano. Parafraseando a la autora, no es una arqueóloga de “significados apenas ocultos y malabaristas de la frase bien hecha”.
Exhibe el lenguaje que invisibiliza las relaciones jerárquicas de dominación y subordinación con la finalidad de lograr otras formas del lenguaje que propicien un mundo mejor. En esto radica la intención ética en su escritura. Experimenta y asume riesgos estéticos, pues trata de vaciar el lenguaje plagado de significados culturales marcados por la inequidad.
Disecciona el lenguaje para que deje de ocultar el sistema político social que justifica las prácticas violentas. Por ejemplo, en el poema Que despavoridas no, dedicado a Marisela Escobedo, describe posiciones del cuerpo en infinitivo para rogar, para pedir que regresen vivas. Como supondrán, el tema de las jóvenes asesinadas es importante en gran parte de sus poemas.
En los poemas escritos como telegramas se nota la angustia ante la posibilidad del feminicidio de unas jóvenes. En el cuarto poema-telegrama, una secuencia de acciones lleva a ese final temido: viéronlas bailar, callar, correr, huir despavoridas, caer en el abismo, en la cajuela, en la tumba.
En los seis telegramas, Rivera Garza asocia las implicaciones que la desaparición de estas jóvenes tiene para un país invadido por la violencia: un “país desaparecido o desapareciendo”, hasta llegar a la dilución en el último poema-telegrama: “país desaparecido ha sido ido do”. Obliga a notar la violencia que no disminuye, principalmente contra las mujeres. La autora nombra y evidencia ese sistema político de horror que sustenta esta situación. Recordemos que el patriarcado es un sistema de dominación que configura los modos de relación en los que las mujeres siempre son vistas como subordinadas.
Jefa de Investigación y Posgrado de la Facultad de Lenguas y Letras de la UAQ