Aestas alturas del sexenio peñista, donde las contradicciones, ineficiencias, simulaciones y corrupciones se acumulan, aparece como un desacierto más la campaña gubernamental vigente.
Este desafortunado y costoso esfuerzo comunicativo incluye datos aparentemente favorables a la gestión de la actual administración. Añade: “aunque algunos opinen que es al revés” y agrega “¿No será que muchas cosas que se piensa que están de cabeza en realidad no lo están? Hagamos bien las cuentas”.
Parece que estuviera diseñada por uno o varios de sus adversarios que quieren potenciar aun más el malestar social, consecuencia de todas las injusticias, abusos e insensibilidades padecidas.
Es tema recurrente en las mesas de asesores políticos, comunicólogos, mercadólogos y comentaristas que se preguntan: ¿A quién se le habrá ocurrido tan brillante idea?, y todavía más: ¿Quién habrá autorizado la difusión de esta campaña que no convence ni a ellos mismos?
Las respuestas son evidentes, la realidad grita y las cifras sepultan la demagogia. Basta analizar temas de inseguridad y violencia, corrupción, violación de derechos humanos,desigualdad, pobreza e impunidad, por citar algunas.
No es casual, entonces, que en los medios se multipliquen los números que desmienten y exhiben las vulnerabilidades de este despropósito oficial.
Cuando se ven los spots televisivos, no se puede evitar pensar en la pésima popularidad del propio Enrique Peña Nieto que en eso sí tiende a romper récords, pero de desaprobación ciudadana.
Y es que conviene tener presente que no se trata de un presidente impopular por su capacidad, buen juicio, congruencia y prudencia, sino porque ha generado irritación social por otro tipo de asuntos, en buena medida referenciados con escándalos. No se trata del “sacrificio” de un presidente que de manera heroica ha sostenido medidas impopulares pero benéficas. No, no es el caso.
Tampoco se puede dejar de lado que su cuestionado gobierno —y las conductas de funcionarios y miembros de su partido político— influyan en las preferencias electorales que conocemos.
Ésta es una de las peores campañas gubernamentales que hemos padecido —y vaya que en este sexenio ha habido inolvidables— no sólo por su concepto, contenido y realización, sino también por su inoportunidad. Seguramente ya ocupa un lugar especial en los cursos de comunicación gubernamental —al menos en los que imparto— sobre lo que no se debe hacer. Es un digno ejemplo del llamado “efecto boomerang” o de la expresión “les salió el tiro por la culata”, como ya se consigna.
Si de suyo ha sido poco afortunado el manejo político y comunicativo del gobierno federal, ahora se confirman las sospechas de una nueva equivocación. Y contando. Sin embargo, a diferencia del pasado, esta campaña revela una dosis mayor de urgencia, dispersión y pánico, a la vez —aunque no se sabe con certeza qué es primero y qué es después— o al revés.
El problema es de realidad, ciertamente, y también de percepción. Pero para los artífices y promotores de esta singular campaña se trata exclusivamente de la segunda y, parafraseando a los gurús citados, ¿no será que muchas cosas que se piensa que NO están de cabeza en realidad SÍ lo están? El gobierno no ha hecho bien “las cuentas”. Porque, y es asunto de sentido común, si lo hubieran asumido y gestionado no estarían como están ahora: en el descrédito gubernamental y su partido en la tercera posición rumbo a la elección presidencial, aunque algunos —como el presidente y su equipo— opinen que es “al revés”.
¿No será que la mayoría de los mexicanos SÍ están haciendo bien las cuentas?
¿No será que quienes están de cabeza son los autores y promotores de la campaña?
Si pretendieron resaltar logros, sólo mostraron insensibilidad y generaron indignación. ¡Vaya genios!