Instagram es una plataforma que nació en 2010, creada por Kevin Systrom y Mike Krieger. Al inicio, la plataforma emulaba a la fotografía Polaroid; con ello, se conformaba como una red social especializada en imágenes que podían asociarse al espacio físico.
No obstante, como sucede con la construcción social de la tecnología, las personas comenzaron a ampliar los usos sociales: pasó de la estética fotográfica a retratar los estilos de vida, a crear el término “Instagrameable” y, posteriormente, a ser un espacio para la denuncia y la resistencia en un plataforma pensada para la composición visual.
Colectivas feministas se han apropiado del algoritmo para visibilizar las condiciones históricas de desigualdad del sistema patriarcal. Hay perfiles creados exclusivamente para denunciar casos de desaparición forzada, de feminicidios y casos de homofobia. Los grupos pro Palestina están usando cuentas de IG para exigir el alto al ge**ci***.
Y podríamos citar más ejemplos: los perfiles que incluyen prácticas y discursos que apuestan por lo decolonial, por la crítica al racismo o por la felicidad de las disidencias sexuales. Otras cuentas se han centrado en la denuncia de la precariedad laboral en diferentes rubros; las que denuncian la gentrificación y el derecho a la vivienda; las que promueven la conciencia de clase y el reconocimiento de condiciones históricas de opresión; incluso los colectivos ciclistas que visibilizan las condiciones de desigualdad y exclusión en el espacio público.
Instagram no fue creado para ninguno de los casos anteriores, lo que nos habla de la capacidad de las personas internautas para apropiarse de la tecnología y significarla. Desde marcos teóricos, podemos recurrir a Jesús Martin Barbero, quien decía que la comunicación es un espacio estratégico para pensar a las sociedades, desde donde caben las exigencias a una vida más justa.
Por otra parte, podemos reconocer cómo las redes sociodigitales se están usando para hacer transformaciones, y entonces nos ubicamos en la comunicación para el cambio social, impulsada en México por la investigadora Rebeca Padilla. Esto nos habla de cómo las audiencias también forman parte de los procesos de comunicación, usando las plataformas digitales para compartir sus experiencias y denuncias y convirtiendo a los medios en espacios “horizontales”, diversos e inclusivos.
Sin embargo, estos usos sociales de IG enfrentan a una estructura algorítmica que limita su alcance. Entonces, quienes administran estos perfiles generan estrategias para que el contenido sea visto y se expanda en la plataforma: usar emojis, editar videos o posteos con la música de tenencia o, incluso, hacer collages o memes en los que se hibridan imágenes virales con discursos de denuncia.
Pero no es suficiente, las personas administradoras harán lo suyo. Ahora, nos toca a la audiencia hacer notorio ese contenido. ¿Cómo podemos hacerlo? Sigamos cuentas, demos like, compartamos y comentemos. Usemos el algoritmo —una estructura de poder patriarcal, colonial y racista— para la resistencia.
Jefa de Investigación y Posgrado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UAQ

