La relación de una persona con el dinero tiene su origen en su historia familiar: el valor que sus padres atribuyeron a su propia posición económica y la de otros, mientras el niño los escuchaba y su mente asimilaba conceptos fundamentales.

Para entender el concepto del dinero, hay que remontarse a la admiración que expresaban los padres por las posesiones ajenas: casas, autos, ropa, joyas... Esta es la expresión material del sueño. La parte emocional lleva a pensar que los ricos son más inteligentes, felices, simpáticos, guapos o sanos.

En la adolescencia, con frecuencia se tiene la fantasía de conseguir una fortuna inesperada, como recibir una herencia o ganar el premio mayor de la lotería, y de gastarlo de inmediato. Casi ningún joven que sueña con poseer una cantidad considerable desea continuar con el nivel de vida que ya tiene, y así dejar el dinero súbito en una inversión que reditúe a largo plazo, ni mucho menos dedicar ese ingreso no planeado a un fin social: apoyar el desarrollo de una casa hogar, un centro de desintoxicación para adictos, un banco de alimentos o una organización no gubernamental.

La doctora Mariana Pogosyan, en un artículo publicado en Psychology Today, dice que cultivar la fantasía de cumplir un deseo puede obstaculizar la búsqueda del deseo. Esto puede aplicarse a los que anhelan una fortuna.

Los soñadores, dice Pogosyan, siguen cuatro posibles patrones:

1. Pasan muchas horas agradables en fantasías positivas donde aparecen ellos mismos cumpliendo sus sueños.

2. Meditan sobre los posibles obstáculos que se interponen entre ellos y sus sueños.

3. Primero fantasean sobre su futuro deseado, y luego exploran los obstáculos.

4. Primero exploran los obstáculos, luego fantasean con el futuro deseado.

En medio de este proceso, quienes dedican mucho tiempo a pensar en los obstáculos posibles pueden agrandarlos hasta convertirlos en cárceles donde meten el sueño, prisiones mentales con barrotes de hierro forjado donde se estrella cualquier proyecto.

Gabriele Oettigen, investigadora de la Universidad de Nueva York, ha realizado estudios con miles de soñadores. Los resultados son sorprendentes, porque indican que en un grupo significativo de los individuos, la fantasía satisface la necesidad emocional e impide que la persona siga adelante con su trabajo porque ya no tiene el aliciente de alcanzar metas. Ya se sintió feliz al tener la fantasía. Quienes deseaban un premio monetario muy grande, al soñar con gastar ese dinero para satisfacer caprichos, alcanzaron la emoción buscada.

Lo cierto es que casi nadie anhela trabajar jornadas de diez horas seis días por semana, con esfuerzo y dedicación; hay pocos jóvenes dispuestos a ahorrar o invertir una parte importante de sus primeros sueldos; son contados los que prefieren los placeres simples: caminar por un parque, escuchar música en un concierto gratuito, leer libros de bibliotecas públicas, mirar un atardecer, conversar con un amigo.

Los momentos deliciosos se valoran más tarde en la vida, cuando se comprueba que tener una familia es mejor que ser el alma de la fiesta, y que un café en buena compañía vale más que un millón de dólares.

Google News