Las primeras frases que pronuncia un ser humano con intención y significado salen de sus labios a los dos años de vida. Son las palabras que le han enseñado para nombrar a sus seres queridos: mamá, papá o los nombres de los abuelos. Surgen de la necesidad de resolver un problema o satisfacer una necesidad: leche, agua...
Las últimas palabras, sin embargo, suelen ser un resumen de la vida. En los últimos años, el doctor Alexander Baatthyány, investigador del Instituto Viktor Frankl en Viena, ha estudiado lo que llama lucidez terminal, que se manifiesta en pacientes que han sufrido alzhéimer o enfermedades derivadas del deterioro neuronal. Estas experiencias se narran en el libro El Umbral, traducido al castellano hace poco tiempo.
El día anterior al fallecimiento, varias personas que han dejado de hablar con estructura lógica, o que han dejado de reconocer a sus familiares, recuperan un breve retorno al yo que habían tenido antes de las lesiones cerebrales.
Entonces, mujeres y hombres que parecían haber perdido la consciencia para siempre, recuperan esa fuerza vital que los estremece, para despedirse de la familia o los amigos, dejar un legado en un mensaje y dar instrucciones para sus ritos finales.
A lo largo de los siglos, ha habido un claro interés en los momentos anteriores a la muerte. Los hijos y parientes viajan de lejanas tierras para acompañar a la persona, tomarla de la mano, asegurarle que todo estará bien después de su partida y que se cumplirán sus deseos.
Las culturas de diferentes países han desarrollado una narrativa vinculada a la muerte que incluye creencias, rituales y oración, en esas horas donde suelen darse procesos de reconciliación entre hermanos que alguna vez se alejaron, se aclaran malos entendidos, hay abrazos o reencuentros, en el mejor de los casos.
En el peor, usted ya sabe: se refuerzan los odios y además del dolor de la pérdida, se inicia un duelo con resentimientos renovados.
Michael Erard, un lingüista reconocido por sus estudios sobre el aprendizaje del idioma y las familias de lenguajes, publicó en 2025 los resultados de sus investigaciones sobre las primeras y las últimas palabras, en un libro editado por MIT Press, del Tecnológico de Massachusetts. Ha escrito ensayos para contribuir al cuidado de pacientes terminales; sus conclusiones nos abren los ojos ante un hecho importante: el cuerpo sabe que va a morir. Si nos duele un diente por haber cepillado la dentadura con mucha fuerza, con mayor razón hemos de percatarnos del deterioro de órganos, glándulas, huesos y el mismo cerebro.
El libro El arte de morir, el arte de vivir, de Ezequiel Nieto-Cardoso, publicado en Querétaro por Ediciones Vieira, dice: “En este proceso de morir, Weisman observa que el significado de la muerte se relaciona estrechamente con las ideas y creencias del moribundo: ¿cómo considera el sufrimiento?, ¿qué significa morir?, ¿qué ha sido lo más importante en su vida? Lo que importa para aquellos que tratan al moribundo, señala Weisman, es el quitar o alejar las connotaciones negativas de la muerte: la muerte no es la esencia de la corrupción y la negatividad, también es parte del vivir. El planteamiento de Weisman es sencillo, descriptivo y trata de llevar una visión optimista de la muerte”.
Lo cierto es que todos somos los ríos que van hacia ese mar, que es el morir.