“Viviendo con mi padre descubrí la violencia. Descubrí el miedo. El miedo que me provocaba ese señor fue algo muy importante. La literatura fue mi respuesta a ese terror, el pánico que inspiraba mi padre”, cuenta Mario Vargas Llosa. En sus memorias, tituladas Como pez en el agua, el premio Nobel describe con detalle las consecuencias de ese sufrimiento, incluyendo su pubertad en un internado militar.

Los niños de la década de 1960 tuvimos muchos ejemplos de padres —y madres— que se creían dueños de los cuerpos y mentes de sus hijos. Por lo tanto, ejercían esta especie de título de propiedad para responder con nalgadas, pellizcos y golpes a la menor desobediencia. Si el pequeño mostraba aversión a cierta comida, sus papás lo obligaban a limpiar el plato, aunque esto trajera a largo plazo un desorden alimenticio.

Es paradójico que los padres abusivos esperaran que más tarde los hijos perdonaran y justificaran ese trato que los martirizaba de pequeños. Además, en su tercera edad, esos hombres y mujeres exigían que los hijos se convirtieran en sus cuidadores, manteniendo a los antiguos verdugos. Si acaso los hijos, ya independientes, se alejaban de los padres ancianos, la familia y el grupo social más cercano los tachaba de ingratos.

Ser un padre autoritario y controlador, demandar obediencia ciega ante la mínima orden, reprender cuando el niño pide explicaciones, castigar en forma cruel, burlarse de una niña que aprende de otra forma (por trastornos de aprendizaje como dislexia, disgrafia o discalculia), comparar a una criatura con sus hermanos y exigirle que alcance sus calificaciones o que tenga sus mismas habilidades, todo eso era normal durante mi desarrollo inicial.

La niñez es una etapa compleja. Desde el nacimiento hasta la adolescencia, se definen apegos, gustos, actitudes y rasgos de conducta que se llevan a lo largo de la juventud y madurez. Sentirnos amados en la infancia nos ofrece tal seguridad, que nos permitirá alcanzar metas y logros al ser adultos.

Por fortuna, las creencias cambian. En un movimiento pendular, apareció la crianza suave como alternativa para educar a los niños. Es un enfoque actual que pretende formar personas seguras, en un ambiente amable. Sus elementos fundamentales son: empatía, respeto, comprensión y límites.

En esta crianza, los pequeños no reciben jamás un insulto por parte de los padres, sino apreciación de sus logros cotidianos. No hay castigos sino acuerdos. Si los niños prefieren ciertos alimentos sanos, se les darán. Se les respeta su elección de deporte, música o inclinación por las actividades al aire libre. Se les considera seres humanos capaces de decidir algo diferente que los hermanos o compañeros de salón, siempre y cuando no afecten al bienestar del grupo.

Por otra parte, el pediatra americano William Sears, nacido en 1939 y padre de ocho hijos, ha desarrollado las bases de la crianza de apego, que se basa en las manifestaciones físicas de cariño, desde amamantar a un bebé sin presiones hasta los abrazos y la compañía a lo largo del día. Sears ha escrito 40 libros, traducidos a 18 lenguas, donde desarrolla sus teorías con base en datos estadísticos y casos de estudio. Vale la pena leer estas recientes propuestas sobre la formación de seres humanos.

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