Este gran maestro de la pintura, exponente destacado del movimiento surrealista, nació en la hermosa ciudad de San Juan del Río, Querétaro, el 5 de julio de 1931. Su origen familiar marcó su vida y las plantas de sus pies se enraizaron en esa tierra fértil. El sábado 15 de noviembre de 2025, su cuerpo concluyó su ciclo vital. Su obra perdura, su pensamiento trasciende y su presencia entre nosotros se ha convertido en recuerdo imborrable en quienes tuvimos el privilegio de conocerlo.

Vivió 94 años cumpliendo con su sino: contador, funcionario público, tesorero del Municipio, oficial del Registro Civil, docente en la Casa de la Cultura, pionero del certamen nacional llamado Juegos Florales de San Juan del Río. Más que todo ello, fue un artista completo: poeta, dramaturgo, actor, director de escena y pintor durante seis décadas. Nos ha dejado un legado formidable, un acervo de cuadros realizados en óleo sobre tela en los que plasmó su visión del mundo, con especial énfasis en la mente humana y todos sus laberintos, por donde han pasado el dolor y el placer.

Antes de cumplir veinte años, quedó huérfano de padre. Acorde a la mentalidad de su época, se convirtió en el hombre de la casa y dejó los estudios para trabajar y sostener a su madre y su hermana, tanto de manera emocional como con recursos económicos. Más tarde, formó una familia con la maestra Berenice de la Vega Trejo, con quien tuvo tres hijos: Resti, Álvaro y Diego. En los últimos años, sus labios se endulzaban al pronunciar los nombres de sus nietos y comentar sobre sus logros.

Su fuerza creativa lo impulsó a crear varias colecciones de obras de arte. Tuve la fortuna de acompañarle a gestionar exposiciones desde el año 2005; durante tres décadas nos mantuvimos en contacto frecuente, fortalecimos la amistad haciendo que nuestras familias convivieran alrededor de su mesa o de la mía; nos vimos también en restaurantes, museos y galerías de diferentes ciudades. Su presencia, inteligente y amable, su trato cordial de caballero de la antigua escuela y sus comentarios sobre el acontecer del mundo enriquecieron toda conversación. Tomaba vino tinto y tequila con deleite, apreciando el sabor añejo del destilado que nos abre las puertas del mundo.

Activo y lúcido, bebió los amargos tragos que la vida, implacable, le sirvió con la eficiente crueldad que emplea para bajarle los humos a cualquiera. En lugar de tomar esas vivencias como pretexto para reducir su actividad, el maestro Rodríguez se plantó con firmeza frente a los obstáculos y asimiló con valor y disciplina todas las experiencias que le aguardaban en el devenir del tiempo.

Sin escuchar las voces que le querían atraer hacia el paisaje, los bodegones o las composiciones de calles pueblerinas para asegurar su ingreso económico y vender telas por docenas, Rodríguez hizo del surrealismo el medio para expresar su preocupación por los acontecimientos del momento histórico que le tocó vivir.

Leía a los autores más significativos de nuestro tiempo. Comentaba los argumentos, analizaba la creación de personajes y el manejo del lenguaje.

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