11/02/2020 |09:03Araceli Ardón |
Redacción Querétaro
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La bellísima actriz camina hacia el frente del escenario. Las candilejas de antaño han sido sustituidas por cañones de luz de alto poder. La luz llega desde varios ángulos. La actriz que va a presentar el Oscar luce un escote adecuado para que destaque su collar, préstamo de Bulgari o Tiffany, con quilates y más quilates de diamantes. Los prismas responden a la luz incidente siguiendo las inmutables leyes de la Física. La luz se descompone en colores, en todas direcciones, y las cámaras de televisión, de alta definición, nos muestran iridiscencias inverosímiles.

Fue Isaac Newton quien demostró, para escándalo de sus contemporáneos, que la luz blanca no era algo puro, sino que estaba formada de una combinación de luces de colores, las luces del iris, que se decidió que eran siete colores. Realmente podrían haber sido menos o más, pues es una gama continua, pero se determinó que serían siete porque era un número mágico: siete notas musicales, siete sacramentos, siete pecados capitales…

Federico García Lorca recuerda ese número en su poema “La monja gitana”, que dice: “Silencio de cal y mirto. / Malvas en las hierbas finas. / La monja borda alhelíes / sobre una tela pajiza. / Vuelan en la araña gris, / siete pájaros del prisma”.

Los prismas nos han acompañado desde nuestros primeros ancestros. Es la forma natural en la que se solidifican muchos elementos y compuestos químicos, bajo las condiciones adecuadas de temperatura, presión y paciencia. Como ocurrió en la mina de Naica a lo largo de los siglos, en que los prismas de selenita, sin ser perturbados por nadie, crecieron hasta llegar a ser los más grandes descubiertos hasta ahora, con diámetro de hasta metro y medio y longitud que llega hasta quince metros.

Todos hemos admirado esa mágica difracción. Si no teníamos diamantes, en la sala y comedor de muchas casas había candiles que querían imitar los de los palacios y las iglesias, que nos regalaban sus rayos multicolores. Destellos que pueden producir por igual el ostentoso diamante, el humilde cuarzo, o incluso las gotas de agua en una atmósfera húmeda.

Vivimos en un mundo de colores, y el prisma transparente los alberga a todos, como los contenía la caja de “Prismacolor” de nuestra infancia.

Colores creados por una mezcla de luz y geometría, como explica el poema “Madrigal” de Jaime Torres Bodet: “Eres, como la luz, un breve pacto / que de colores fragua su blancura; / y en iris como a ella te figura / de la nieve menor el prisma abstracto. / Dejas, como la luz, un sordo impacto / de sombra en la retina y, por la oscura / huella que de su tránsito perdura, / recuerdo el esplendor de tu contacto. / El cristal te deshace, no el acero; / aunque, más que el cristal, la geometría, / pues transparencias sin aristas nunca / lograron traducir tu ser ligero. / Y, por eso tal vez, el alma mía / te descompone cuando no te trunca”.

Los colores que salen de un prisma nos advierten que no todo lo que creímos puro e inalterable lo es realmente. Que incluso la verdad o la mentira dependen del cristal que tengamos frente a nuestros ojos.

Amado Nervo nos lo recuerda en su poema “El prisma roto”: “Mujer, ¿bajo qué luz, bajo qué prisma / amé tus ojos y seguí tu huella, / que hoy, rota la ilusión, eres aquella / y eres otra a la vez, en raro cisma?”