Los humanos asumimos valores culturales que son dañinos y nos provocan dolor. Como la mayoría de las mujeres de mi generación, durante muchos años usé zapatos de tacón alto. Me los ponía a las 6 de la mañana para ir a la universidad, luego al trabajo. No cuestionaba su uso, aunque los pies me reclamaran por la noche, con inflamación y punzadas. Algunas noches, al quitarme los tacones y dejar que los pies se liberaran de su jaula con suela dura, sentía el crujir de los huesos: falanges, metatarso, astrágalo y esos pequeñitos llamados cuboides, iban recuperando su forma, poco a poquito, agradecidos, en compañía de la columna y todas las articulaciones vinculadas. Las rodillas, con sus ligamentos y tendones, gozaban por fin de la libertad anhelada.
Todo este suplicio infligido a los pies tiene una sola razón: las mujeres creemos que somos más atractivas si nos encaramamos a una escalerilla portátil que se levanta debajo de los talones. Que somos más guapas, por tanto atractivas, si añadimos centímetros a la figura. No todas: las damas altas tenían que buscar la manera de parecer más bajas que sus parejas. Diana Spencer medía 178 centímetros, lo mismo que el príncipe de Gales, hoy rey Charles III. Para los retratos oficiales de la pareja, los fotógrafos usaban una escalinata, y pedían a Diana que se colocara en un peldaño inferior.
Durante siglos, en China se deformaron los pies de las niñas. De manera deliberada, mediante algunas técnicas, se fracturaban los huesos de los pies y se vendaban con firmeza para modificar su forma y tamaño. Esta práctica duró casi mil años: desde la dinastía Song hasta la Revolución Comunista de la década de 1960. El propósito era crear pies pequeños y delicados, que eran símbolos de belleza y estatus social. El proceso era doloroso y exigía un cuidado excesivo, ya que el vendaje “chánzu” podía provocar infecciones, por lo menos.
Por fin, hace cinco años, en el confinamiento obligado a todo el mundo, miles de millones de personas decidimos usar calzado cómodo. La costumbre se quedó y las empresas de manufactura encontraron una veta que explotar.
Hoy, el mercado mundial de tenis, sneakers o zapatos deportivos está valorado en 120 mil millones de dólares estadounidenses al año.
Los primeros zapatos de lona fueron creados en 1830, por The Liverpool Rubber Company, fundada por John Boyd Dunlop. Los victorianos se ponían este calzado en sus excursiones a la playa. Después, se puso de moda entre los deportistas, en especial los tenistas, que necesitaban un excelente agarre sobre el césped. Hoy, los jóvenes van a trabajar con zapatos informales; casi todos los ambientes laborales permiten su uso.
Cuando probé el primer par con espuma con memoria, que se adaptó a las plantas de mis pies y comencé a caminar, sentí el acomodo de las vértebras.
El concepto detrás de la práctica de romper los huesos de las niñas chinas era demostrar a la sociedad que ellas provenían de familias ricas y que nunca tendrían la necesidad de trabajar. Por lo tanto, la movilidad restringida que todavía sufren mujeres de edad avanzada de ese país era señal de poder económico.
Los zapatos suaves son, por tanto, un triunfo de la humanidad.