José Emilio Pacheco, el gran poeta mexicano, lo dijo en estos versos: “La mayoría de edad / no se alcanza por fecha de nacimiento / ni consta en los archivos oficiales. / Nos graduamos de adultos nada más / cuando alguien nos deja. / En plena juventud llega de pronto / el sabor de la muerte”.

No hay prueba más difícil para una familia que demostrar su amor junto a la cama de un enfermo terminal. Padres que tienen que despedir a un hijo cuando sufre una agonía irreversible, hijos que acompañan de día y de noche a sus padres ancianos. Cada uno enfrenta a su modo esa graduación de adultos de la que habla Pacheco. Hay quienes se vuelven huérfanos en la infancia, y tratan de comprender la magnitud de lo ocurrido con su mente de niños. A veces, tienen que enfrentar otras pruebas de la vida y años después se someten a terapia o técnicas de introspección para analizar los hechos fundamentales y aceptar lo inevitable.

Quienes cuidan enfermos terminales requieren gran dosis de paciencia, fuerza de voluntad y energía. Por ello, en muchas partes del mundo hay centros de cuidados paliativos para personas en agonía. En un viaje a Canadá, conocí una institución con diez cuartos; en cada uno, la familia coloca muebles, fotografías, obras de arte, objetos simbólicos, para replicar un ambiente de hogar y hacer más amable el desenlace. Hay un comedor comunitario. Los visitantes llevan comida hecha en casa, con los sabores tradicionales, para que la persona pueda ver el platillo, aspirar su aroma, revivir recuerdos mediante la memoria gustativa: una cucharada basta. Hay jardines y una capilla ecuménica. Es un lugar construido y manejado por una organización no gubernamental, sustentada por donativos. Los enfermeros están capacitados para realizar su labor sin sufrir cada pérdida como lo hacen los seres queridos.

El Instituto Nacional de Cancerología de México explica: “La fase terminal de una enfermedad crónica es la suma de los acontecimientos previos a la muerte. Comprende un periodo no mayor de 6 meses. Se caracteriza por el agotamiento total de la reserva fisiológica, que progresa en forma irreversible hacia la muerte”.

Fundar instituciones es una labor ardua. Hay que resolver asuntos de orden práctico, hacer acopio de fondos, construir edificios, generar planes de trabajo, gestionar permisos oficiales, tener todo en regla. Pocos temas son tan importantes como la muerte, que nuestra cultura tiende a negar, por un mecanismo de defensa emocional. Es necesario enfrentar la realidad y crear organismos, para beneficio de miles de familias. Un día más que pasamos con los enfermos, es un día menos para ellos. Por tanto, esta última etapa es de gran importancia.

Pablo Neruda escribió: “Cuando yo muera quiero tus manos en mis ojos: / quiero la luz y el trigo de tus manos amadas / pasar una vez más sobre mí su frescura: / sentir la suavidad que cambió mi destino”.

Mary Hall tiene estos versos: “Si muero y te dejo aquí un rato, / no seas como otros que doloridos, deshechos, / guardan largas vigilias junto al polvo silencioso y lloran. / Por mi bien, vuelve a la vida y sonríe, / toma tu corazón y mano temblorosa para hacer algo / para consolar corazones más débiles que el tuyo. / Completa estas queridas tareas inconclusas mías, / ¡y yo, tal vez, pueda consolarte!”


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