Algunos seres humanos nacen con una potente luz interior. Son poseedores de la belleza, la inteligencia y la riqueza. Se mueven con gracia. Cuando hablan, dicen lo que otros piensan pero no pueden expresarlo. Tienen cientos, miles, millones de seguidores. María Félix pertenecía a esta élite. Ella lo supo desde niña, en Álamos, Sonora, donde nació el 8 de abril de 1914. Su atractivo nace del mestizaje: su padre tenía sangre yaqui, la madre descendía de españoles.

Estaba en la plenitud de su trabajo cuando Agustín Lara, su segundo marido, le dedicó la canción que la define: María Bonita.

“Acuérdate de Acapulco, de aquellas noches / María bonita, María del alma. / Acuérdate que en la playa, con tus manitas / las estrellitas las enjuagabas. / Tu cuerpo, del mar juguete, nave al garete, / venían las olas, lo columpiaban. / Y mientras yo te miraba, lo digo con sentimiento / mi pensamiento me traicionaba”.

María amaba a Querétaro por haber filmado en 1958 en Bernal su película La cucaracha, con Pedro Armendáriz y el Indio Fernández, dirigida por Ismael Rodríguez y fotografiada por Gabriel Figueroa.

Yo la conocí en 1989, durante el montaje e inauguración de la exposición de Antoine Tzapoff, su última pareja, un pintor francés que la retrató vestida con trajes étnicos de diferentes partes de México. Eran obras de gran formato, con soberbios marcos de plata, elaborados en Taxco. Quien estuvo entre nosotros por varios días no fue la mujer, ni siquiera la actriz, sino un personaje nacido en la imaginación de Rómulo Gallegos: La Doña, encarnada en María a raíz de la película homónima, en 1943.

Tuve ocasión de entrevistarla. Preferí observarla. Me intrigaba la manera en que se movía, con actitud defensiva, como un tigrillo que se prepara para el ataque.

Octavio Paz, nuestro poeta,  declaró: “María Félix nació dos veces: sus padres la engendraron y ella, después, se inventó a sí misma. Nació como un relámpago que rasga las sombras”. Pita Amor escribió: “Ayer te vi rodeada por la tarde. Ibas como un cuchillo desafiando el aire”.

Tzapoff, 25 años menor, vivió con ella en París. Declaró a The Chicago Tribune: “Siempre quería mostrar una imagen fuerte, pero, en realidad, no lo era tanto. Era una mujer que necesitaba que la consolaran, que la cuidaran. Pero cuando murió su hijo, al que adoraba, de repente se volvió fuerte. Cuando recibió la noticia, se enderezó, no lloró. Yo tenía los ojos llenos de lágrimas y ella fue más valiente”.

María se ha vuelto un icono, un faro brillante para las jóvenes latinas. Las alienta: “En un mundo de hombres como éste quiero avisarles que tengan cuidado. Ahí viene la revancha de las mujeres. Cuando seamos mayoría, vamos a mandar. Y para mandar hay que estar informadas, aprender y estar preparadas. Es necesario que la mujer se eduque”.

Una de las primeras feministas de América Latina, triunfadora en el cine internacional: “La mujer ha sido un baluarte en la casa y fuera de casa. Son los hombres, en gran medida, los que se han matado en las guerras y han volteado al país de cabeza en la política”.

A veces, me arrepiento de no haber entrevistado a la estrella, hospedada en el Mesón de Santa Rosa. Pero tengo en la mente las escenas en que ella actuó para nosotros, los afortunados que estuvimos cerca y vivimos para contarlo.

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