“La mitad de la gente se levanta para ir a trabajar; la otra mitad piensa en cómo abusar de los que trabajan”. Don Wulfrano Martínez nos dejó ese aforismo. De niña, creía que mi abuelo exageraba. Hoy sé que tenía razón. Adquirir conciencia de los males del mundo es parte de la madurez intelectual. Podemos hacer uso de la negación, mecanismo de defensa definido por Freud: “Las personas son buenas. Todos buscamos el bien común”. Podemos aferrarnos a esa fantasía. La realidad nos demuestra lo contrario.

Antonio Machado nos dejó su poema “He andado muchos caminos”: “En todas partes he visto / caravanas de tristeza, / soberbios y melancólicos / borrachos de sombra negra [...] mala gente, que camina / y va apestando la tierra”.

Dicen los japoneses que si algo no es tuyo, pertenece a otros. No tienes por qué llevarte ese objeto. Puedes entregarlo a la autoridad, resguardarlo mientras encuentras al dueño. Esta máxima y otras verdades han permitido que Japón se reconstruya luego de la desgracia, guerras o siniestros.

Hoy, estamos expuestos al robo y abuso perpetrado por piratas informáticos y otros delincuentes que emplean las redes sociales.

Edilberto Hilario Pérez, de la Asociación Latinoamericana de Profesionales en Seguridad Informática, declara que la población mundial es de 7.9 mil millones. De ellos, 5.32 mil millones usan sistemas móviles. Hay 4.7 mil millones de usuarios de redes sociales.

El fraude cibernético se realiza a través de Internet. En el caso de la piratería, el delincuente usa herramientas sofisticadas para acceder a una computadora con información confidencial; también pueden interceptar una transmisión electrónica. Pueden robar contraseñas, el número de cuenta de una tarjeta de crédito o información confidencial sobre la identidad del usuario.

Los delincuentes sofisticados pueden reescribir los códigos de software y cargarlos en la computadora central de un banco para que éste les suministre las identidades de los usuarios. Los estafadores usan esta información para realizar compras con tarjetas de crédito.

En Facebook, duplican tu foto y tu nombre para abrir una cuenta. Hacen una lista de tus amigos y les ofrecen su amistad. Tus amigos, sin pensar en que ya están registrados en tu cuenta, aceptan ese nuevo vínculo. Responden a un mensaje de Messenger enviado con tu nombre (falso). En seguida, el ladrón les pide a tus amigos sus números de teléfono. El siguiente mensaje, directo al celular, contiene la petición de transferencia de dinero, por una emergencia. Tus amigos, conmovidos por tu desdicha, depositan sumas considerables en la cuenta de los embusteros.

La niña ingenua que hay en mí repite frases que escuché de mis padres sobre honradez y verdad. Esa voz me dice que los delincuentes no pueden ser felices. ¿Qué sentirán al pagar con dinero robado? ¿Necesitarán consumir drogas para acallar su conciencia?

Robar por estos medios requiere muchas horas y pericia que, si se emplearan en un trabajo honrado, les daría satisfacción.

Antes, nos protegíamos de los maleantes al evitar calles peligrosas. Hoy, sus caminos son invisibles; los ladrones no tienen rostro. Sus huellas son difíciles de detectar. Como lingotes de oro en barcos atacados por piratas, nuestros recursos pueden caer al fondo del mar.

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