“Carpe diem” es una locución latina del tiempo clásico de Roma que significa: “Conquista el día”, es decir, vive el momento con toda la intensidad que te sea posible, enfrenta tus miedos y véncelos. Para ello hay que asumirse como ser humano independiente, dejar la comodidad del hogar paterno, verse fuera de sí, como si fuera otro el que nos mira, para tomar las riendas del destino en las propias manos.

Muchas páginas se han escrito para ayudar a un joven que necesita definir su identidad y trazar su futuro. Hay métodos que nos enseñan a plantear metas ambiciosas, exprimir los jugos del tiempo, apreciar el sabor de la comida, agradecer el techo sobre tu cabeza, la cálida compañía de los amigos y el empleo que te permite adquirir lo necesario. En este proceso, la fuerza física y la salud del cuerpo son tan importantes como la respuesta de la mente ante la complejidad de un planteamiento.

La vida, lo que llamamos vida, alcanza su plenitud después de los treinta años y esta condición de privilegio se prolonga mientras tenemos lucidez, capacidad de asombro, creatividad para enfrentar obstáculos y agilidad en el movimiento de los músculos.

Si se tratara de una montaña, la infancia y adolescencia estarían en la base donde inicia la caminata, la temprana juventud representaría accidentes en la orografía, cambios de sendero y laderas para descansar. La madurez sería la cima. Para algunos es un picacho, un área de riscos pedregosos y puntas inaccesibles. Otros caminan por la cumbre con mayor seguridad, con la sabiduría de quienes les preceden, que los guían e iluminan como si fueran sherpas tibetanos.

Para muchos autores, la jornada del ser humano sobre la Tierra es un viaje a lo largo del cual el héroe sale de casa, enfrenta obstáculos y se reconoce a sí mismo al evaluar sus posibilidades de alcanzar las metas propuestas, con los recursos que tiene. Homero comprendió esta visión y escribió un larguísimo poema titulado “La Odisea” en el siglo VIII a. C. La sabiduría del pasado se condensa en sus versos.

Como un homenaje a Homero, el autor griego más importante del siglo XX, Constantino Cavafis, nos dice en su poema “Ítaca”: “Cuando emprendas tu viaje a Ítaca / pide que el camino sea largo, / lleno de aventuras, lleno de experiencias [...] si tu pensar es elevado, si selecta / es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo. // Ni a los lestrigones ni a los cíclopes / ni al salvaje Poseidón encontrarás, / si no los llevas dentro de tu alma, / si no los yergue tu alma ante ti. / Pide que el camino sea largo. / Que muchas sean las mañanas de verano / en que llegues ¡con  qué placer y alegría! / a puertos nunca vistos antes. // Detente en los emporios de

Fenicia / y hazte con hermosas mercancías, / nácar y coral, ámbar y ébano / y toda suerte de perfumes sensuales”.

Cavafis habla del amor físico, del gozo interminable que significa el encuentro de los cuerpos jóvenes, bellos como un cuadro al óleo, emocionales como un crepúsculo hecho de joyas que se derraman en el horizonte, que tiene momentos de intensidad creciente, sonidos de tambores como truenos que rasgan el aire, y se diluyen en suaves notas, como un piano que se oye a lo lejos, sonidos que flotan en el aire y se sienten apenas, como se siente la brisa.

Sin embargo, no es fácil explicar las emociones, nombrar lo que se siente en la madurez con todas sus veladuras, con toda su belleza. Cernuda escribió: “Si el hombre pudiera decir lo que ama / levantar su amor por el cielo / como una nube en la luz; / si como muros que se derrumban / para saludar la verdad erguida en medio, / pudiera derrumbar su cuerpo, / dejando sólo la verdad de su amor / la verdad de sí mismo, / que no se llama gloria, fortuna o ambición, / sino amor o deseo / yo sería aquel que imaginaba; / aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos / proclama ante los hombres la verdad ignorada, / la verdad de su amor verdadero”.

Para gozar la madurez y prolongar la cima hasta convertirla en meseta, para llegar a la vejez con gracia y una sonrisa amplia, hay que esperar cada día con un nuevo propósito, agradecer todos los dones que se nos otorgaron, dispersarlos sobre la mesa de estudio y ponerlos bajo la lupa, para que brillen los motivos para vivir con gratitud, que luzcan en todos sus matices. Qué chulada de vida cuando se vive así.

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