Son unas aves migratorias que atraviesan el cielo de Madrid. El hábitat de los vencejos es el cielo de Europa, África y Asia. Viven, comen, copulan y duermen mientras vuelan, por lo que casi nunca están en el suelo.

Fernando Aramburu, escritor español nacido en San Sebastián, en 2016 publicó la estupenda novela Patria, sobre las consecuencias de los ataques de ETA, el grupo terrorista vasco que sembró la violencia en Euskadi durante muchos años. En este libro, Los vencejos, el autor reflexiona sobre los motivos que llevan a un ser humano a vivir con alegría o a enfrentar la tristeza que la realidad trae consigo.

Toni, el personaje central, quien habla en primera persona, es un madrileño, profesor de filosofía a nivel preparatoria, que padece de una terrible decepción. Quizá la palabra decepción no sea la más adecuada. No es que haya vivido con ilusiones y se haya formado una expectativa sobre un futuro brillante, con la mejor compañía posible, viajes y fortuna. No. El tipo lo que tiene es una visión clara de la realidad, con toda su gama de grises que fluctúan entre el blanco y el negro.

Un día de tantos, en pleno julio, Toni decide terminar con sus días, cometer suicidio. Se propone una fecha específica: un año exacto a partir de su determinación.

Escritor de diarios, a través de este cuaderno nos permite comprender las razones que esgrime y defiende ante sí mismo, en un diálogo interior del que nos hace partícipes, para que el lector lo acompañe en un recorrido vital que a ratos revive su infancia, adolescencia, matrimonio y la paternidad de un hijo único y problemático.

Sus primeras declaraciones son hirientes: “No me gusta la vida. La vida será todo lo bella que afirman algunos cantantes y poetas, pero a mí no me gusta. Que no me venga nadie con alabanzas al cielo del ocaso, a la música y a las rayas de los tigres”.

Sin embargo, atrapa nuestra atención. Hace que lo sigamos día con día en ese periplo que avanza conforme al calendario, mientras va dejando los mejores libros de su biblioteca en los parques y se despide, sin que ellos lo sepan, de sus familiares y colegas. Comparte su inquietud con su mejor amigo, Patachula, quien a ratos se convierte en su adversario, cómplice o compañero de tribulaciones. Los diálogos entre ellos son formidables en cuanto analizan lo que ocurre en España o el mundo con la mayor objetividad que les es posible y entablan una conversación inteligente tocada por la ironía.

Más honesto no puede ser: “Hubo épocas en que quise ser un hombre al servicio de un ideal, sin conseguirlo. Tampoco me ha sido dado conocer el amor verdadero. Lo fingí con habilidad, a veces por compasión, a veces por la recompensa de unas palabras amables”.

Aramburu logra que sus lectores comprendan las razones por las cuales la vida vale la pena. Decía Juan Rulfo, en una de sus cartas a Clara: “Ahí tienes que había una vez un muchacho más loco, que toda la vida se la había pasado sueñe y sueñe. [...] Y a veces soñaba ser un zopilote y volar, muy suavemente como vuelan los zopilotes, hasta dejar atrás aquel pueblo donde no sucedía nunca nada interesante”. Quien dice zopilotes en México dice vencejos en España.

Google News