Héctor Abad Faciolince es un prodigioso escritor colombiano. Nació en Medellín en 1958, el mismo año en que nací; por eso, sus párrafos encuentran eco en mi interior, sus reflexiones encienden luces en mi mente y sus personajes cobran vida en mi memoria.

La Oculta es una novela que gira alrededor del campo: el trabajo que implica vivir de una parcela, cultivar la tierra, criar ganado, desentrañar el silencio, reconocer los trinos de las aves para identificar su vuelo y cuidar su nido.

Heredar un terreno laborable implica un compromiso tan grande como la vida. En la trama de esta historia de ficción, la familia goza de la propiedad con la misma intensidad con que sufre los embates de quienes les provocan con amenazas queriendo arrebatarles los huertos, el lago, la casa y los establos.

En Colombia y en todo el mundo, las tierras han cambiado de dueños a través de los siglos, no siempre de manera pacífica ni con una entrega justa de dinero o pago en especie a cambio de las hectáreas. Un rancho bien mantenido, con cultivos sanos y fértiles, activa la codicia de quienes desean los bienes ajenos a costa de lo que sea: invasiones, arrebatos, violencia y muerte.

“Es el contraste lo que nos hace querer a La Oculta: el tiempo dedicado a la contemplación y al silencio, la pausa de la vida del trabajo rutinario e incluso intelectual, la huida del mundanal ruido, así sea cierto que es en ese mundanal ruido de las ciudades donde el progreso se da”, reflexiona un personaje.

El buen funcionamiento de una ciudad exige un difícil equilibrio de los servicios que ofrece: electricidad, agua, limpieza, seguridad, centros de trabajo, educación, comercio, movilidad. El reciente apagón que afectó a varias zonas de Europa nos ha puesto sobre aviso. Los espacios urbanos son más vulnerables de lo que parecen: sufren incendios, huracanes, inundaciones y otros siniestros naturales, además de los posibles ataques bélicos y cibernéticos, más complejos de lo que se pueda imaginar.

Dice Abad: “Aunque quizá sea en un ambiente apartado y tranquilo donde mejor se piense. Darwin vivía en el campo y ahí desarrolló la más genial de sus ideas; Einstein, para pensar, se apartaba en una cabaña en las afueras de Berlín”.

Bill Gates, uno de los genios contemporáneos, busca el silencio del campo para encerrarse en una casa sencilla en donde pasa varios días en aparente soledad, pues no está solo, sino en compañía de los quince libros que lee con avidez y regocijo, desde que aparecen las luces del sol hasta que apaga la lámpara de noche. Entonces, el silencio sobrecogedor se rompe por el aleteo de un ave nocturna, el canto de los grillos, los pasos de algún animal nocturno.

La pandemia nos demostró que no hay mejor lugar que el campo para proteger la salud. Los que viven en sus ranchos no tuvieron cambios radicales en su forma de vida. Y si la electricidad falla, con tener velas de cera y lámparas de aceite o petróleo se puede enfrentar la oscuridad. Las áreas oscuras de nuestro pensamiento también se iluminan al encender un pabilo. Pasar todo el tiempo posible en el campo, para encontrar nuestra esencia. Esa es la lección.

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