Araceli Ardón

Los judíos

Nuestro país ha sido un destino acogedor para los judíos que han llegado a estas tierras buscando un hogar, un espacio para emprender negocios

La bobe (abuela, en yidish) es un delicioso libro de relatos familiares, escrito por Sabina Berman. Describe la vida de la comunidad judía en la Ciudad de México, a mediados del siglo XX: “Sé, porque el señor Aizberg me lo dijo un día, que desde que tocamos en la calle el timbre hasta que alcancemos su puerta en el quinto piso, él estará buscando sus pantalones y su camisa en el closet, poniéndoselos, y su esposa estará encendiendo las lámparas arrinconadas en la oscuridad de la sala sin ventanas. Es que tienen que ahorrar: las telas de los pantalones y las camisas se gastarían mucho si Aizberg se sentara vestido, se gastarían en las rodillas y en los codos y con la fricción de los bordes en los muebles, y tienen que ahorrar la luz eléctrica”. En esa pobreza vivían los que habían sido dueños de una fábrica en su país natal.

Nuestro país ha sido un destino acogedor para los judíos que han llegado a estas tierras buscando un hogar, un espacio para emprender negocios, una escuela para sus hijos y un cementerio para colocar lápidas con la estrella de David.

Esta comunidad ha sido expulsada de muchos lugares, por razones que todos conocemos. A donde quiera que van, llevan consigo su cultura, conocimientos y fuerza de trabajo.

Jacobo Zabludovsky, uno de los pioneros de los medios en México, escribió: “Fui un niño curioso y tranquilo. Fui pobre pero nunca lo supe. Y no lo supe porque en los lugares donde viví todos vivíamos igual. Por ejemplo, jamás tuve bicicleta. Fue hasta la preparatoria cuando frecuenté otro tipo de escuela y me di cuenta de las cosas. Mi papá vendía retazos de tela por kilo en el mercado. En Polonia había sido agente viajero de una librería, tenía una vasta cultura literaria que nos transmitió. Los domingos nos llevaba a mi hermano Abraham y a mí a La Lagunilla a comprar libros. Nos animaba a leer a los rusos Antón Chejov, Aleksandr Pushkin y Fiodor Dostoievski. Siempre había libros y periódicos en casa. Se leían, se comentaban y se discutían”.

En el espléndido libro Spinoza en el Parque México, Enrique Krauze comparte a sus lectores: “Desde finales de los treinta hubo un éxodo de muchos judíos del Centro Histórico a La Condesa. Aquí construyeron sinagogas, centros sociales, escuelas religiosas y, no muy lejos, el cementerio. Yo nací y crecí aquí, con mis padres y mis hermanos. En los años cincuenta, cada domingo, toda la familia, incluidos tíos y primos, se congregaba en el Parque México”.

Aunque la capital del país fue el epicentro de la inmigración judía durante siglos, lo cierto es que la creatividad, inteligencia y capacidad de trabajo de mujeres y hombres judíos han logrado establecer factorías, compañías dedicadas al servicio, instituciones y organismos en todo México. Tuve la fortuna de trabajar en una fundación dedicada a la cultura y las artes que era subvencionada por dos hombres de pensamiento profundo, vocación por el trabajo y compromiso social: el doctor Víctor David Mena Aguilar y don José Oleszcovski Wasserteil, cuya vida fue segada por un accidente el 7 de junio de 2013.

Don José tenía un cerebro privilegiado y un don especial para hacer amigos. Tuve la fortuna de presentarle a un gran artista plástico llamado Leonardo Nierman, mi amigo queridísimo, a quien traté por muchos años, a partir de una gran exposición que presentamos en el Museo de Arte de Querétaro en febrero de 2000. Nierman, un hombre generoso y amable, de conversación profunda con rasgos de picardía y buen humor, tuvo a bien acceder a mi petición de donar esculturas de acero inoxidable para enriquecer la vía pública en mi ciudad. Su madre, Clara Mendelejis, era ucraniana, de oficio panadera. El padre, Chanel, venía de Lituania y consiguió un trabajo como inspector de autobuses urbanos en la Ciudad de México. La infancia de Leonardo transcurrió en la pobreza material y la riqueza intelectual que les ofreció esa urbe cosmopolita a los niños judíos cuyos padres, sin hablar español, sin recursos, encontraron a sus hermanos de raza y religión entre las calles del Centro Histórico, entre mercados y tiendas de españoles, libaneses y árabes.

México se ha beneficiado de las inmigraciones judías que han construido nuestra nación con intensidad e inteligencia.

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