Araceli Ardón

Los chinos

Se trata de una relación de cinco siglos, que le ha dado la vuelta al mundo, primero por mar y ahora por el cielo

Nuestra historia y la de China se aproximan, se tocan, se influyen y se quieren con ese amor humano profundo e inteligente, capaz de construir una civilización, o bien desencadenar en violencia y muerte, que han llenado de sangre algunos capítulos del pasado. También se manifiesta de maneras tan sublimes que superan toda narrativa. Se trata de una relación de cinco siglos, que le ha dado la vuelta al mundo, primero por mar y ahora también por el cielo.

Ustedes saben bien de qué hablo: la ropa que vestimos, artefactos de casa, aparatos electrodomésticos, automóviles y miles de artículos que usamos cada día proceden de China.

La inversión china en México ha crecido un 45% en los últimos dos años, hasta alcanzar 11,890 millones de dólares al cierre del primer trimestre de 2025. El comercio entre las dos naciones supera los 90,000 millones de dólares. La exportación de productos mexicanos proviene sobre todo de Sonora, Puebla y la Ciudad de México, según datos de la Secretaría de Economía.

Nuestra relación comenzó en el siglo XVI, gracias a la Nao de China; Fernando de Magallanes llegó a unas islas a las que llamó Islas del Poniente y puso las bases para la conquista de aquella tierra oriental para incrementar el poderío de España; en 1542, el explorador español Ruy López de Villalobos, bautizó a las islas Layte y Sámar como Felipinas, en honor del entonces Príncipe de Asturias y más tarde Rey Felipe II. El nombre cambió a Filipinas a lo largo de los siglos. España y los Estados Unidos se disputaron la dominación del archipiélago hasta su liberación después de la Segunda Guerra Mundial, de manera que es uno de los países más jóvenes del mundo.

La ruta que nos hermana fue recorrida desde fines del siglo XVI por la Nao de China o Galeón de Acapulco, pero no era una sola nave. Eran muchas las embarcaciones que cruzaban el océano Pacífico con personas y mercancías que procedían de la China milenaria y llegaban a Manila, para zarpar de aquel puerto y llegar a Acapulco, Bahía de Banderas, San Blas o el Cabo San Lucas. Esa ruta duró unos 250 años y todavía hay vestigios, como los mantones de Manila, bordados con hilos de seda china, que cubrían los pianos de las familias mexicanas con mayores recursos, como un signo de elegancia y buen gusto. Los barcos mercantes, armados, venían del Oriente aprovechando los vientos monzónicos; cada travesía duraba entre cuatro y nueve meses, enfrentando riesgos y obstáculos como tormentas, enfermedades y el robo efectuado por piratas.

Hoy en día, casi medio millón de personas de ascendencia china viven en México; enriquecen nuestra vida con las delicias de su cocina, su antigua filosofía, la medicina tradicional y corrientes de pensamiento que hablan del respeto a otros hombres y mujeres como base fundamental para la convivencia.

La tecnología actual de los chinos es resultado de su conocimiento unido al talento. Con inteligencia, México podría aprender de esa nación para un mejor desarrollo futuro.

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