Lo que uno mira es a un abuelo que camina despacio, con los ojos húmedos de lágrimas imprudentes que empañan sus anteojos. Lleva en las manos un ramo de rosas para su nieta, la primera ingeniera entre sus descendientes, la integrante más joven de una dinastía de mujeres y hombres que desde siempre han sabido trabajar, haciendo del entusiasmo su mejor aliado.
Lo que uno observa es un muchacho que ha hecho el camino hasta el auditorio sosteniendo en el pecho, cerca del corazón, un retrato de pocos centímetros, en papel fotográfico. Es la imagen de un chico que se parece a él; uno puede colegir que se trata de un hermano que no pudo llegar a este momento. Es probable que el ausente haya concluido su ciclo vital años atrás, y el sobreviviente por fin llegó a graduarse llevando consigo la foto del que compartió su habitación, amigos, viajes, miles de desayunos, mientras la vida desplegaba sus alas como si fuera el director de una película, que coloca a sus actores para que pronuncien sus diálogos y se muevan por esa playa, este barco, aquella habitación, dando vida a un guion escrito por Dios o por el azar, otro de sus nombres.
La generación 2025 de estudios universitarios comenzó su carrera con el confinamiento de la pandemia del Covid-19. Cursaron los primeros semestres en línea, con todas las desventajas: el mundo entero sufría las pérdidas que la enfermedad cobró a la humanidad. Estaban encerrados en familia, donde no siempre tenían las condiciones más propicias, como el silencio y el uso de computadoras.
Sin embargo, siguieron estudiando, con las circunstancias en contra, realizando prácticas de laboratorio, estudios de campo, ejercicios deportivos, ganando espacios hasta que la normalidad les permitió regresar al aula. Este verano, la graduación fue un triunfo extraordinario.
Durante muchos años fui profesora en la universidad que me formó, el Campus Querétaro del Tec de Monterrey. Hace unos días, estuve en la entrega de títulos. Un evento interesante y lleno de instantes emotivos, de los que aceleran el pulso, tocan las fibras más sensibles del corazón y acarician el alma.
Esperanza en el mundo, gratitud a la familia, energía y fortaleza, palabras clave en cada uno de los discursos, frases que podrían considerarse gastadas, carentes de significado, eran una realidad en las mentes de los graduados.
Lo que uno escucha son las ramas de los estudios profesionales: Derecho y transformación pública, Economía, Relaciones internacionales, Bioingeniería y procesos químicos, Computación y tecnologías de información, Ciencias aplicadas, y más. El espectador se entera de las estancias en naciones lejanísimas, como Australia o China; hay quienes hicieron dos o tres estancias, hablando otros idiomas y escribiendo en caracteres distintos al alfabeto latino.
Para mí, el momento clave fue la reunión con las familias de los graduados que estudiaron gracias al programa Líderes del Mañana. Tan jóvenes y
sonrientes como los demás, pero distintos: navegaron estas aguas con los remos del esfuerzo, sin muchos recursos materiales, con inteligencia en abundancia. Que la fortuna esté de su lado.