Enero, 2018: en la entrega de premios Golden Globe, el cineasta mexicano Guillermo del Toro recibió con enorme orgullo la presea destinada al mejor director, gracias a su película La forma del agua, nominada en 12 categorías. México entero se llenó de orgullo al ver la ceremonia. Del Toro externó su amor por nuestro país con una sonrisa radiante. Al verlo subir al estrado, al escuchar sus palabras en entrevistas para los medios más poderosos, no pude menos que recordar la historia que me contó Lili, mi cuñada.
Lili estudió en Guadalajara con las hermanas del director. Mientras las niñas jugaban o hacían sus tareas, Memo estaba tirado sobre la alfombra, jugando con monstruos de plástico, creando mundos de fantasía que salían de su imaginación con fluidez y creatividad. Los demás niños organizaban carreras de bicicletas, mataban el tedio con juegos rudos o se dedicaban a ayudar en casa. Guillermo del Toro tuvo el apoyo de sus padres para crear una cascada en el lavadero o construir un teatro de cartón en una esquina del patio.
El común denominador de la formación temprana de los genios se llama libertad. No se trata sólo de asumir la capacidad de la conciencia para obrar
y pensar. No se limita a ejercer la voluntad y aceptar las consecuencias de los propios actos. La libertad del individuo tiene una relación profunda con el entorno en que vive desde pequeño.
Steve Jobs, hijo de madre soltera, fue entregado en adopción a Paul y Clara Jobs, matrimonio de clase trabajadora que vivía en el distrito Sunset de San Francisco. La madre biológica de Steve exigió a posibles padres adoptivos que garantizaran para su hijo una educación universitaria. Para cumplir con la promesa, la familia Jobs se trasladó a Mountain View, California, en 1961.
En esa ciudad, Steve se interesó cada vez más en los mecanismos electrónicos. Desde que era muy pequeño creó juguetes que asombraban a todos, con piezas que encontraba en los cajones de los muebles. Su familia vivía con lo esencial. Cuando tenía 13 años, la suerte le trajo la oportunidad de conocer a Bill Hewlett, fundador de la firma Hewlett Packard. Steve pudo trabajar durante un verano en esa industria como ensamblador. Al ingresar a la preparatoria conoció a Steve Wozniak, un muchacho de extraordinario talento para la computación. Ambos crearon las bases de lo que hoy es Apple, una de las compañías más exitosas de la historia.
Jobs cambió la manera de entender el mundo en que vivimos. La computadora en que escribo y muchos artilugios fueron posibles gracias a sus interminables horas en la cochera de su casa. Sus padres fueron tolerantes con la presencia de los chicos, les dieron su apoyo y compartieron con ellos su comida, tiempo y energías.
Lo mismo puede decirse de artistas como Antonieta Rivas Mercado, intelectual de primer orden, promotora de las artes, nacida en 1900. El arquitecto Antonio Rivas Mercado, su padre, la llevó a un viaje cultural por Europa a los ocho años de edad. Más tarde le ofreció todo su apoyo para que aprendiera inglés, francés, alemán, italiano y griego. Ella fundó la Orquesta Sinfónica Nacional y el Teatro Ulises; puso las bases de la actual literatura mexicana financiando las obras de decenas de escritores.
La libertad del alma es un asunto complejo. Sobre la relación entre el hombre y su Creador, el autor valenciano Guillermo Carnero se pregunta en el poema “Breve conversación con Dios”: “¿De qué he huido? / Si todo rumbo me devolvió tu aliento; / si toda libertad sin vos siempre fue cárcel”.
En lo que se refiere al corazón, no hay mejor libertad que la ejercida por dos seres que se aman. Pablo Neruda, en su “Poema 12”, dice: “Para mi corazón basta tu pecho, / para tu libertad bastan mis alas. / Desde mi boca llegará hasta el cielo / lo que estaba dormido sobre tu alma”.
Total compenetración de almas, de libertades que despiertan. Alas que vuelan hacia lo alto, en compañía, haciendo que los vientos sean favorables. ¿Qué más puede pedir un ser humano de vida finita?