Ángela Moyaho Pahissa fue dotada de la fortaleza espiritual necesaria para resistir los embates que le presentó la vida. Su mente resolvió problemas con inteligencia, con la templanza que se forjó entre los muros de un convento, cuando siguió el llamado y se volvió monja. Renunció a la vida monástica después del Concilio Vaticano II. Compartió con Sor Juana Inés de la Cruz varios predicamentos. La monja jerónima, en su Respuesta a Sor Filotea, declara: “Mis deseos eran los de querer vivir sola, de no tener ocupación obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros”.
Conocí a Ángela en el Tec de Monterrey, siendo ambas profesoras. Aceptó mi invitación para ingresar en el capítulo Querétaro de la Asociación Mundial de Mujeres Periodistas y Escritoras. Trajo consigo a colegas y alumnas. Era puente entre personas valiosas, era artífice de emocionantes amistades.
Héctor Guevara, su marido, era de naturaleza afable y de conversación fascinante. Recordaba el tiempo en que vivieron en la frontera, para que Ángela realizara investigación sobre las Californias. Una vez, escuchó a un paisano decir: “Con el Tratado ese, cuando México perdió Texas, los malvados gringos se quedaron con lo mejor: los highways y los enormes malls”.
Héctor sintió un alivio enorme al salir de la capital para trabajar en otros lugares. Decía: “En Tijuana, por fin mi alma alcanzó a mi cuerpo”. De ahí que escogieran Querétaro para vivir.
Héctor y yo éramos colegas: él daba clases de Historia del Arte y yo de Literatura en una preparatoria. Cuando la llama de su vida terrenal se apagó, Ángela me citó en su casa y me regaló los libros de texto de su marido porque heredé sus clases. Este gesto de amistad me conmovió profundamente. Así era Ángela.
En 2012, al cumplir 50 años como docente, fue nombrada maestra emérita de la Universidad Autónoma de Querétaro en una ceremonia donde se presentó su libro Los belgas de Carlota, que realizó con material del archivo militar encontrado por ella en Bruselas.
Esa mañana, fue al salón de belleza, donde una estilista le esponjó el cabello y le dio volumen. La abracé y le dije: “Luces preciosa”. Con tono de enfado, contestó: “Parezco Margaret Thatcher”.
El Seminario de Cultura Mexicana, Corresponsalía Querétaro, se enriqueció con sus conferencias y conversaciones. Tuvimos el privilegio de que Ángela presidiera este organismo. Nos contaba de su adolescencia en Manila, Filipinas, donde su padre, formado en MIT, trabajó en la construcción de una base naval. También vivieron en Madrid, donde el ingeniero Moyano colaboró en la construcción del aeropuerto de Barajas en plena dictadura; ella era una adolescente preciosa y alegre que conquistó a un príncipe búlgaro.
Estudió Historia en University of Miami, Florida; en seguida, maestría y doctorado en la UNAM. Fue profesora al mismo tiempo. Después, fue autora de 17 libros y coautora de 10.
“No hay mayor orgullo que ser universitario. Espero que lo recuerden y que se porten acorde. Un universitario es un persona diferente a las demás porque hemos recibido la bendición de recibir estudios superiores y como tal debemos actuar”, dijo a los jóvenes en 2013, en el Encuentro Nacional de Estudiantes de Historia.