Paul Auster vivió como personaje de una novela, describió sus emociones en poemas y narró sus memorias en textos autobiográficos. Hay algo suyo en los protagonistas de las ficciones nacidas de su pluma. Nació en 1947, cuando el aire del planeta comenzaba a ser más respirable y las naciones que participaron en la guerra ponían sus armas a buen resguardo. Los heridos en combate recuperaban la salud, o vivían con secuelas físicas y emocionales. Todas estas vivencias influyeron en su literatura.

Comenzó a escribir a los doce años, en Nueva Jersey. Hijo de una familia judía de ascendencia polaca, encontró refugio y solaz en la biblioteca de un tío que era traductor. Esas horas decisivas fueron forjando la trayectoria de un icono de la literatura mundial que tuvo la capacidad de percibir lo que ocurría en su alrededor y convertirlo en palabras con música propia. Escuchar sus entrevistas sobre el proceso de creación literaria es una lección formidable. Habla del párrafo como unidad conceptual que tiene música propia y que puede equipararse a las notas en una partitura.

Se le considera el neoyorkino intelectual por antonomasia, aunque vivió por una temporada en Francia, donde tradujo obras de Stéphane Mallarmé, Jean-Paul Sartre y Georges Simenon. Escribía teatro y poesía en francés, idioma que aprendió en la Universidad de Columbia.

En su faceta como activista político, ha sido líder del movimiento Escritores Contra Trump. “Nos hemos unido para oponernos al régimen racista, destructivo, incompetente, corrupto y fascista de Donald Trump. Creemos que esta presidencia es singularmente peligrosa para nuestra sociedad presente y futura. Nuestra organización pretende alentar la participación de votantes, promover candidatos que se resisten al aparato de Trump, proteger las elecciones del fraude y el robo, y movilizarse en caso de problemas postelectorales”.

El autor de decenas de títulos, entre ellos la Trilogía de Nueva York, hablaba con frecuencia de las distintas formas en que se manifiesta el azar. Ponía como ejemplo la noche en que asistió a una lectura de poesía, en la cual conoció a Siri Hustvedt, su esposa, también escritora, y planteaba las opciones que la vida le habría ofrecido si no se hubiese enamorado de ella.

“El hombre que lava los platos, el ser histórico, de carne y hueso, tiene dentro de sí al que escribe. El cuerpo tiene heridas, vive en una casa, habita un barrio y expone su piel a la intemperie”. Ambos seres se necesitan. Recibió el premio Príncipe de Asturias 2006, sus libros se han traducido a más de cuarenta idiomas y cuenta con legiones de lectores que se declaran hechizados por el nivel poético de su prosa.

Como toda vida signada por la intensidad, vivió también la tragedia; en su caso, el dolor inenarrable de perder a su nieta y a su hijo por sobredosis. Hace apenas un año, anunció que los médicos le diagnosticaron cáncer de pulmón.

Murió el pasado 30 de abril, día en que nació su leyenda.

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