Araceli Ardón

Hielo

"Unos dicen que el mundo terminará en fuego, otros dicen que en hielo"

01/05/2018 |11:07Araceli Ardón |
Redacción Querétaro
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Con un párrafo inolvidable, Gabriel García Márquez dio inicio a su novela Cien años de soledad: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. Al llegar a este punto, el narrador ya nos atrapó en su puño. El lector tiene que preguntarse: ¿Qué delito cometió el militar para ser condenado a muerte? ¿Muchos años después de qué? Si ocurrió en una tarde remota, ¿cuántos años tenía el coronel cuando lo iban a ejecutar?

La lógica nos confronta: su padre lo llevó a conocer el hielo y el personaje tenía edad suficiente para recordar el evento; eso significa que en su tierra jamás marcó el termómetro temperaturas menores a cero grados. ¿Dónde vivían, padre e hijo?
El coronel, que no salió nunca de su región tropical, tenía razones para recordar toda su vida el momento en que se enfrentó a la fría belleza del hielo. Su naturaleza cristalina se debe al hexágono de su forma: en el hielo, cada átomo de oxígeno de una molécula tiene otros cuatro átomos de hidrógeno situados en los vértices de un tetraedro. Esta geometría hace que las moléculas de agua estén más separadas entre sí que en el agua líquida. Por eso, el hielo es menos denso y flota en el agua. Hemos visto la imagen de esta estructura en fotografías y dibujos, que se repiten hasta el infinito, como si fueran espejos de un bosque imaginado por Borges.

La pureza del hielo nos hechiza, su embrujo ejerce una fascinación sobre los seres humanos de las praderas, los que vivimos entre cordilleras, los que soportamos calores que calcinan. Lo admiramos en cada vaso con agua enfriada por cubos de hielo. Ponemos en el congelador los tarros de cerveza, para que al ser tocados por el aire se llenen de escarcha y adquieran otra imagen.

De pequeños aprendemos que el hielo quema como el fuego: nuestra piel no soporta su contacto. Si nos vemos obligados a cargar un trozo sacado de un congelador grande, tendremos lesiones en las manos.

El poeta estadounidense Robert Frost, cuyo apellido inglés lleva una connotación de hielo, declara en un poema: “Unos dicen que el mundo terminará en fuego, / otros dicen que en hielo. / Por lo que he gustado del deseo, / estoy con los partidarios del fuego. / Pero si tuviera que sucumbir dos veces, / creo saber bastante acerca del odio / como para decir que en la destrucción el hielo / también es poderoso. / Y bastaría”.

José Watanabe, el escritor peruano, cuenta en versos la historia de un hombre que se encuentra en un predicamento: “Y coincidimos en el terral / el heladero con su carretilla averiada / y yo / que corría tras los pájaros huidos del fuego / de la zafra. / También coincidió el sol. / En esa situación cómo negarse a un favor llano:el heladero me pidió cuidar su efímero hielo”.

El hombre habla de la impotencia que significa el cuidar el hielo, del intento de protegerlo con la sombra proyectada por el propio cuerpo ante el calor del sol, capaz de derretir eso que parecía un cristal de cuarzo y pronto se deshace en gotas que caen al suelo, a la tierra sedienta de una calle pobre, imagen poética y triste de una América Latina donde los bienes de capital de un humilde empresario se derriten ante algo tan simple como el calor tropical.

Watanabe concluye: “No se puede amar lo que tan rápido fuga. / Ama rápido, me dijo el sol. / Y así aprendí, en su ardiente y perverso reino, / a cumplir con la vida: / yo soy el guardián del hielo”.

Muchos habitantes de países con grandes retos económicos son guardianes del hielo. Su mísera fortuna se derrite con el día, se convierte en agua que se disuelve en tierra. En algunos casos, estas vivencias se pueden volver historias: Hans Christian Andersen era un muchacho pobre, que llegó de su aldea a vivir en Copenhage en 1819, donde tuvo que dormir bajo los puentes y vivir de la caridad. Sin embargo, logró publicar sus textos, que le han llevado a un lugar privilegiado en los anales literarios. “La reina de las nieves”, uno de sus cuentos, tiene una trama impecable: la lucha entre el bien y el mal, protagonizada por dos niños amigos, Kay y Gerda.

Walt Disney llevó el meollo de la narración al cine con el nombre Frozen. Todos conocemos de su éxito comercial. Andersen, el muchacho danés, el artista pobre, ha logrado entibiar su memoria. Algunos de los escritores de su época que en vida fueron famosos, no lograron que sus personajes trascendieran a través de los siglos. Se convirtieron en estatuas de hielo, congelados para siempre en la historia, que tiene un corazón helado.

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