Araceli Ardón

Espejo

Espía nuestra intimidad y nos ofrece la verdad: gracias al espejo conocemos de memoria nuestros rasgos, el color exacto de los ojos, los minúsculos vellos faciales, los mágicos lunares y las arrugas que ha dejado la experiencia

07/05/2019 |07:27Araceli Ardón |
Redacción Querétaro
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Narciso era un joven bello y atractivo; todos a su alrededor quedaban prendados de su hermosura. Por su parte, la ninfa Eco había sido condenada por Hera a repetir las últimas palabras de lo que otros le dijeran. Eco se había enamorado de Narciso y en un bosque salió a su encuentro. El muchacho la rechazó y ella, dolida, se refugió en una cueva donde se consumió hasta desaparecer. Su voz fue lo único que quedó de ella.

La mitología griega tiene una respuesta para todas las preguntas humanas. De su lectura se pueden hacer tantas interpretaciones como uno quiera, cuando uno lo necesite. Narciso fue condenado por Némesis, la diosa de la venganza, a vivir obsesionado con su propia imagen, reflejada en una fuente profunda, en cuyo fondo cayó. Murió ahogado de amor propio.

Los espejos son las fuentes de Narciso. En cada superficie de vidrio sobre una base de plata o aluminio aparece nuestra imagen. Al despertar nos enfrentamos al ser que surge en el espejo del baño o la recámara, que nos mira de frente. Nos cuestiona. Espía nuestra intimidad y nos ofrece la verdad: gracias al espejo conocemos de memoria nuestros rasgos, el color exacto de los ojos, los minúsculos vellos faciales, los mágicos lunares y las arrugas que ha dejado la experiencia.

Si utilizamos el espejo con sabiduría, podremos realizar un ejercicio de meditación sobre el momento en que vivimos, los años que han pasado y su huella en el rostro. Los amores que han despertado una chispa de emoción en la pupila, los desengaños que nos lastimaron, las pérdidas y dolores que han marchitado el cutis como si fuera una flor ajada por los rayos del sol.

A raíz del éxito de Alicia en el país de las maravillas, el matemático inglés que escribió bajo el pseudónimo Lewis Carroll escribió A través del espejo y lo que Alicia encontró ahí. La niña pudo traspasar esa frontera física y entrar al mundo que se esconde detrás del reflejo de la realidad. En la segunda mitad del siglo XIX, Carroll se convirtió en fotógrafo y escudriñó las imágenes del mundo con los aparatos y equipos que tenía a su alcance. Quiso conocer la verdad sobre las hadas y el mundo de la fantasía. Su habilidad con el ajedrez y los juegos de mesa le ayudaron a hacer complicadas tramas que pueden leerse desde varios niveles.

Pasar al otro lado del espejo tiene sus riesgos. En el capítulo 3, Alicia olvida por completo su nombre. Pierde temporalmente su identidad hasta que logra avanzar en el tablero de ajedrez del que ella es uno de los peones.

Sin el espejo, no tendríamos una referencia clara de nuestra fisonomía. Pero la imagen reflejada en el espejo puede ser la entrada a un mundo de vanidad y vacío existencial. El autor chileno Vicente Huidobro escribió “El espejo de agua”, poema que sintetiza lo que pensamos muchos: “Mi espejo, corriente por las noches, / se hace arroyo y se aleja de mi cuarto. / Mi espejo, más profundo que el orbe / donde todos los cisnes se ahogaron. / Es un estanque verde en la muralla / y en medio duerme tu desnudez anclada. // Sobre sus olas, bajo cielos sonámbulos, / mis ensueños se alejan como barcos”.

Sylvia Plath, nacida en 1932 en el barrio obrero de Jamaica Plain en Boston, escribió poesía confesional. Esta es su visión del espejo: “Soy plateado y exacto. No tengo prejuicios. / Todo lo que veo lo trago de inmediato / tal como es, sin que me empañen ni el amor ni el disgusto. / No soy cruel, soy sincero, / el ojo de un pequeño dios de cuatro ángulos. / La mayor parte del tiempo la paso meditando sobre la pared de enfrente. / Es rosada, con manchas. Tanto la miré que / me parece que ya forma parte de mi corazón / aunque con intermitencias. / Las caras y la oscuridad nos separan una y otra vez. // Ahora soy un lago. Una mujer se inclina sobre mí, / buscando en mi extensión su verdadero ser. / Después se vuelve hacia esas mentirosas, las velas o la luna. / Veo su espalda y la reflejo fielmente. / Ella me recompensa con lágrimas y agitando las manos. / Soy importante para ella. Ella viene y va. / Es su cara, cada mañana, la que reemplaza la oscuridad. / En mí, ella ahogó a una muchacha, y en mí, una vieja / se alza hacia ella día tras día, como un pez terrible”.

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