04/01/2022 |09:08Araceli Ardón |
Redacción Querétaro
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Son seres animados dentro de nosotros, minúsculos personajes con vida propia que mueven partes de nuestro cuerpo para lograr su cometido. Generan ideas, crean estrategias, trazan rutas en el camino y nos hacen avanzar para después desandar el trayecto, solo por capricho. Son impulsivos y llegan a provocar obsesiones. Los deseos nacen pequeñitos, como semillas que contienen lo indispensable y germinan al escuchar una voz amada o al ver la fotografía de un anuncio comercial que muestra un objeto precioso, una bebida, un automóvil. Luego se transforma en escenas de lo que ocurriría si nos hiciéramos de ese tesoro.

Llegamos a creer que, si compramos ese coche, nos ponemos esa ropa o viajamos a ese lugar, seremos más felices, más inteligentes, tan atractivos como los modelos del anuncio. Seríamos deseados.

Es una necesidad primaria de los seres humanos: ser deseado. Es la materia de infinidad de películas. En pantalla aparece una linda chica y los ojos de su galán se iluminan. Al encuentro de miradas sigue el roce de la piel, luego el abrazo y los cuerpos que se funden. Gracias al deseo, nuestra especie se reproduce y se dispersa por el planeta. “El amor nace del deseo repentino de hacer eterno lo pasajero”, decía Ramón Gómez de la Serna.

Sueña el adulto con lo que deseaba de niño, porque la ilusión es la llama que alumbra el pensamiento. El deseo aparece para que los planes se conviertan en acciones: es el impulso, la fuerza, la energía que se libera desde el corazón para alcanzar metas y hacer realidad los proyectos. Es la excitación que sienten los niños al ver el escaparate de una juguetería, es la emoción que siente una madre al ver un video sobre cocina. Ella imagina el platillo servido al centro de su mesa, y llena de ilusiones corre al mercado para escoger el pescado más fresco, las hortalizas recién cosechadas, las frutas en su punto.

Gioconda Belli, autora nicaragüense, escribió el poema “Sencillos deseos”, cuyos versos dan voz a millones de mujeres: “Hoy quisiera tus dedos / escribiéndome historias en el pelo, / y quisiera besos en la espalda, / acurrucos, que me dijeras / las más grandes verdades / o las más grandes mentiras, / que me dijeras por ejemplo / que soy la mujer más linda, / que me querés mucho, / cosas así, tan sencillas, tan repetidas, / que me delinearas el rostro / y me quedaras viendo a los ojos / como si tu vida entera / dependiera de que los míos son- rieran / alborotando todas las gaviotas en la espuma”.

Luis Cernuda, poeta de origen español, miembro de la generación del 27, vivió en México desde 1949. Su libro “La realidad y el deseo”, reúne su obra publicada entre 1924 y 1962. A través de sus páginas, el escritor afirma que el deseo es la liberación que conduce a metas desconocidas, mientras la realidad es coercitiva, amarga y ruin. Dicen sus versos: “Porque ignoraba que el deseo es una pregunta cuya respuesta no existe, / una hoja cuya rama no existe, / un mundo cuyo cielo no existe. // La angustia se abre paso entre los huesos, / remonta por las venas / hasta abrirse en la piel, / surtidores de sueño / hechos carne en interrogación vuelta a las nubes”.

Hoy, mis deseos son que los tuyos se vuelvan realidad y que tu mente se nutra de poesía.

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