Araceli Ardón

Con olor a pólvora

El sonido afecta el oído de animales de granja y compañía, mucho más sensibles que los humanos. Las explosiones pueden dañar su capacidad auditiva.

Es medianoche. Hay paz en el ambiente. Los ruidos de mi ciudad se apagan. El cielo nocturno está limpio, lleno de estrellas. Los árboles que enmarcan la autopista cercana son refugio de miles de aves que duermen: tordos negros, estorninos, cuervos, colibríes y palomas. Antes de llegar a su morada, dieron una función de ballet en el cielo. Perros, gatos y otros animales descansan de sus afanes.

Mientras tanto, en China, algunas comunidades siguen celebrando con pirotecnia varias ceremonias, como hace milenios. Hombres jóvenes desafían sin camiseta las chispas de fuegos artificiales. Exponen su torso a las quemaduras con el fin de alejar a los malos espíritus.

En el cielo de mi casa, una detonación como un balazo rompe el silencio. Destroza la paz con que duerme un bebé, que tardó varios minutos en conciliar el sueño, después de haber tomado su leche tibia. Diez minutos después, otra detonación. Así toda la noche. El bebé llora con angustia. Los padres saben que se inicia un periodo de inquietud, molestia y pérdida de tiempo, tan valioso de madrugada. En pocas horas, tendrán que prepararse para la jornada.

Mientras, el cohetero sigue incendiando el aire. Algunos feligreses le pagan su trabajo, que consiste en disparar su pirotecnia durante muchas horas. Ellos se liberan de sus malos espíritus. Nosotros, que vivimos a su lado, nos enfermamos y sufrimos. Las aves pueden morir de asfixia.

Un petardo tiene .5 g de pólvora; un cohete hasta 15 gramos. Esa pólvora, al estallar, deja el aire viciado. El sonido afecta el oído de animales de granja ny compañía, mucho más sensibles que los humanos. Las explosiones pueden dañar su capacidad auditiva. Perros y otras mascotas se van quedando sordos. Los fuegos artificiales producen sonidos de hasta 190 decibeles; el oído humano comienza a dañarse con ruidos superiores a los 80 decibeles.

El estallido de los fuegos daña los oídos de las personas hasta el punto de provocar tinnitus: la percepción de timbres o ruidos que no existen, porque no tienen una fuente externa, sino interior.

Miedo, estrés, insomnio, fobias y daños al sistema nervioso de personas y animales son el resultado de estas detonaciones, que algunos fieles de parroquias católicas incluyen en sus ceremonias religiosas. Veterinarios y biólogos han estudiado el efecto de estos ruidos en zoológicos, donde elefantes, rinocerontes y guepardos manifiestan conductas alteradas por el nerviosismo, aunque la pirotecnia haya cesado. Los perros que acompañan a los cazadores quedan sordos o enfermos a causa de los disparos.

Incendios y accidentes mortales son frecuentes en bodegas y mercados donde se almacena la pirotecnia. Nada de esto detiene a los encargados de continuar con tradiciones dañinas para la población.

Quizá sus rezos y plegarias les ayuden a encontrar la paz en el alma. A los habitantes de casas vecinas, esos ruidos les mantienen en estado de alerta. El cerebro humano reacciona ante los estallidos como los soldados en guerra. El momento que vivimos ya trae consigo suficientes calamidades y dolores. Necesitamos paz. Ajenos a ello, los coheteros siguen su trabajo. El aire queda impregnado del veneno de los petardos, que dispersan partículas de polvo fino, respirable y tóxico.

¿El cura de la parroquia? Bien, gracias.

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