Alberto Fuguet, autor chileno, nació en Santiago en 1963. El trabajo de su padre hizo que la familia se trasladara a Los Ángeles, California. Más tarde, regresaron a Chile. En la novela Las películas de mi vida, publicada en 2002, Fuguet emplea sus experiencias para describir los choques culturales que moldearon su pensamiento.

El protagonista, Alberto Beltrán, es un sismólogo de la Universidad de Chile que viaja a un congreso en Tokio. Hace escala en LA, la ciudad de su infancia, donde se detiene por unos días a repasar su propia vida, con la habilidad adquirida de leer las marcas del suelo. Geólogos, constructores y expertos en terremotos van mirando las imperfecciones del asfalto. Analizan las grietas y predicen los movimientos de tierra.

Así, la gente. Hay personas, tú las conoces, que tienen la mirada fija en el suelo, registrando las fisuras y viendo a los perros con desconfianza. Rara vez levantan la vista para apreciar el azul del horizonte; sus ojos se conectan con el cerebro para hacer la contabilidad de los cables y la pintura desleída por el sol.

También hay gente linda, que camina a un metro sobre el suelo porque no van contando las imperfecciones del pavimento. Son personas que miran de frente, con la cara al sol, adueñándose de la calle, los parques y las flores. Cuando descansan, meditan.

Si tienes la suerte de conocer a una mujer vieja y sonriente, que lleva en las manos una bolsa con un tejido a medias para un nieto recién nacido, habla con ella. Si en tu familia hay tíos que se forjaron en la adversidad y remontaron las corrientes del río de la vida, busca su consejo.

Hazlo ahora, porque quizá el momento no se vuelva a repetir. Sus conversaciones no siguen un ritual. Son explosiones de color, cataratas de ideas, agua de río que fluye, son cualquier cosa menos lo definido por la norma. Sus palabras quedan en tus oídos y sus frases son frijolitos que germinan en tu mente, provocando nuevos pensamientos que son útiles en tu trabajo o te ayudan a estudiar mejor.

La creatividad artística necesita de la inspiración que ofrece la admiración a ciertos seres humanos. Los actores, guionistas y productores de una película trabajan con intensidad. Detienen el mundo cuando recrean el pasado o inventan el futuro. Las noticias internacionales dejan de tener importancia. La bolsa de valores les tiene sin cuidado. El cambio de las estaciones les preocupa si, y solo si, afecta la filmación. Su única verdad es la del cine.

Lo mismo ocurre a los escritores, quienes bajo el chorro de la regadera tienen la mente ocupada colocando adjetivos antes de nombres y definiendo el tamaño de una frase. Siguen así mientras conducen un coche o suben al metro, se bajan del metro, caminan varias cuadras y llegan a su destino.

Inventores, científicos e investigadores pasan por un proceso semejante. Su trabajo llega a ser tan absorbente que se olvidan de comer. El cuerpo de un inventor es para él un vehículo que transporta a su cerebro. Lo importante es resolver el problema: reducir el tamaño de la batería, hacerla más eficiente, más económica, menos vulnerable.

Son gente que tiene luz interior. Acércate a ellos para que tu propia lámpara se encienda.


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