De vez en cuando, la vida... así comienza una canción de Joan Manuel Serrat. Entre la tribulación y la prisa, la enfermedad o los problemas cotidianos, podemos hacer un alto. Es posible poner en pausa los conflictos de la cruda realidad, para que entre la poesía con toda su fuerza. Esto se logra al leer metáforas que tocan, como las cuerdas de una guitarra, las fibras más íntimas del cuerpo: esas partes del corazón y de la mente en donde perviven los recuerdos más entrañables.

Hace dos días, invitados por sus hijos, nos reunimos varios amigos para asistir a la presentación del libro Bajo la sombra de un roble, escrito por María Luisa Nardoni. Es una estupenda compilación de historias de familia que la autora fue recabando a lo largo de siete décadas para convertirlas en palabras que saltaron de su memoria a la pantalla y de ahí se convirtieron en páginas para conformar un legado escrito que heredar a su numerosa descendencia.

Este valioso ejemplar fue editado por mi amigo Carlos Campos, publicado por Helvética, joven empresa fundada en Querétaro. La bibliografía regional se ha enriquecido por los títulos que varias casas editoriales están dando a luz, frase verbal que sirve lo mismo para hablar del nacimiento de un bebé que de la producción de un objeto hecho de papel, que ha pasado por las prensas para llenar cada hoja de significado a través de la impresión de letras en tinta que llevan el ritmo de la sangre, la emoción de cada día, el paso de los años y la sabiduría que se adquiere al ver el mundo con los ojos abiertos.

María Luisa Nardoni es hija de un inmigrante italiano y una mujer mexicana. Con sus padres y hermanos aprendió a trabajar en un negocio familiar; a lo largo de la vida, se ha dedicado a varios rubros, en algunas ocasiones con el viento en popa. Supo también asimilar el fracaso económico, el cierre de una tienda o la cosecha perdida en un rancho.

La enfermedad, el dolor de la pérdida, la frustración de los planes elaborados con minucia, acariciando la esperanza en el futuro; los contratiempos que tú y yo vivimos en el día a día, también tienen cabida en los capítulos del libro.

Al leer esta narración, aprendí lecciones impartidas por una dama que nació en la Ciudad de México y que vivió en un pueblo pequeño, en el campo y en Santiago de Querétaro, donde estudió, se casó en plena adolescencia y se convirtió en esposa de un militar, Carlos Paulín Cosío, El Capitán. A lo largo de los años, tuvieron seis hijos que les dieron nietos y bisnietos, cada uno de los cuales tiene cabida en el libro. El matrimonio formó una enorme, amorosa familia que rodeó a la escritora en la presentación de su libro. Afuera, el viento del otoño enfriaba la temperatura de la ciudad. Adentro, el aire era tibio.

Cada hijo le obsequió con testimonios surgidos del amor. La gratitud fue el signo de la noche. No hay felicidad más grande.

Tuve el privilegio de hablar sobre grandes plumas que han cultivado la autobiografía, como Winston Churchill, quien escribió sus experiencias como corresponsal de las guerras coloniales británicas en la India, Sudán y Sudáfrica. Cinco libros surgieron de estos apuntes periodísticos. Además, escribió la biografía de su padre y de un ancestro.

Churchill recibió el Premio Nobel de Literatura en 1953. La Academia condensó así sus razones para otorgarlo: “Por su dominio de las descripciones biográficas e históricas, así como por su brillante oratoria en defensa de los valores humanos”.

Cualquier persona, ya sea un hombre que cambió el curso de la historia, o una madre de familia capaz de recordar sus días, puede dejar un legado por escrito, que dé constancia de sus principios, surgidos de una convicción profunda.

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