Van los hermanos de regreso a casa, abrazados, con los rostros bañados en lágrimas. El dolor les atraviesa la piel, llega al hueso, inunda el cerebro, golpea el alma. Hace unos minutos, depositaron el cuerpo de su padre en el cementerio. Ahora comienza un proceso delicado: el reparto de bienes. El albacea es uno de los hijos, o una hija, designada por el padre, quien definió en su testamento a la persona que se encargaría de administrar y distribuir su herencia de acuerdo con sus disposiciones.
Dura tarea ésta: cumplir la última voluntad del testador, quien ya no puede recibir quejas, ni está para recibir protestas ni para responder acusaciones. Su cuerpo inerte ha sido sepultado; no podrá intervenir en la gestión posterior a su muerte.
Mientras más vives, mejor comprendes las distintas facetas de los seres humanos. Aunque hayan sido muy cercanos, los beneficiarios de una herencia material muchas veces se enfrentan con palabras empapadas de veneno, afectadas por la pérdida. Son incapaces de ver con objetividad el proceso que la realidad impone.
Algo semejante ocurre con el prestigio de los demás. Muchos prestan oídos a la maledicencia. Cuando les cuentan algún chisme jugoso, ponen toda la atención posible, se quedan con el tema central y a la brevedad se disponen a repetir el cuento, sin cuestionar, añadiendo algunos detalles para hacer el caldo más gordo. En cuestión de horas, todo mundo está enterado de los pecados de todo mundo, reales o inventados.
Total, qué más da arruinar la reputación de alguien que no está presente. Sin pruebas, sin objetividad, el chismoso genera conflictos, crea desconfianza entre la comunidad y afecta la salud emocional de la persona dañada. Los rumores se esparcen como las plumas lanzadas al viento en la antigua narración; cuando la verdad aparece con su luz, resulta imposible recuperar las frases dichas, restaurar el daño y recoger una pluma tras otra, lavar el lodo que las empapó y dejar que sirvan para la función que les corresponde.
La mujer que difama a su vecina, el hombre que afirma haber visto o haber oído, los que hacen de la acusación su pasatiempo, crean monstruos invisibles que no por serlo resultan inocuos. Al contrario: los murmullos van y vienen como las olas, crecen y adquieren fuerza, se convierten en vox populi, vox Dei. Las palabras de un dios que señala con índice de fuego y condena a la víctima.
El que habla mal de otros no se percata del daño que causa al tejido social. Las comunidades humanas son frágiles y sensibles. Pueden romperse con una afirmación mal intencionada. Los lazos que unen a los grupos de vecinos, colegas o compañeros sufren deterioros que pueden tener efectos tan dañinos como la depresión, la soledad y el abandono.
Todos somos albaceas de la memoria de los otros. Al tener información sobre una persona, decidimos difundir mentiras o preservar el prestigio del ausente.
Los hermanos, al perder a los padres, pueden aceptar el lote de objetos o bienes que heredaron; o bien agradecer todo el apoyo que recibieron de las personas que los trajeron al mundo y generar una nueva relación con sus familiares. Esta última es decisión de sabios.