1. La palabra “levedad” hace referencia a la inconsistencia de ánimo y ligereza en las cosas, según la RAE (Real Academia Española), y eso es lo que observamos hoy en día en muchos de los discursos políticos. Realmente se articulan, se escriben y se pronuncian para salir del paso, sin una consistencia y profundidad de análisis de los fenómenos que va viviendo la sociedad (obviamente me refiero a todas las sociedades del mundo), y mucho menos se observan propuestas o soluciones objetivas y realizables que la sociedad espera.
Si se trata de las elecciones recién pasadas, observamos, por un lado, un ánimo triunfalista en el sentido de que la sociedad ha decidido cambiar y castigar a los malos gobiernos y sancionar la corrupción y la impunidad, de nuevo se otorgó la confianza a los ganadores. No dudo de que en ello haya parte de verdad, pero no toda; además, la visión que asumiera totalmente esa verdad es muy reduccionista al ánimo vengativo, que no justiciero, de una sociedad rencorosa. Lo que pienso es que realmente la participación de la sociedad en los procesos electorales fue mínima, si acaso alcanzó un 54% en algunos estados, pero en otros fue inferior a ese porcentaje, lo que en un análisis matemático nos arroja que están gobernando las minorías que sí participaron. Por ejemplo, en el estado de Veracruz la participación fue de un 53.8% del padrón electoral, el ganador obtuvo el triunfo con un tercio de ese porcentaje, aproximadamente; pero además hay que considerar que ganaron en alianzas, las que de no haberse dado hubieran pulverizado más el voto.
Por otro lado, están las expresiones discursivas de los candidatos y partidos perdedores, relacionadas con que habrá que “reflexionar y analizar los resultados” de por qué la sociedad eligió otras opciones. Éstas son realmente vacías, vacuas y sin sentido, diría sardónicamente un amigo: “reflexiones para después de la muerte”.
En suma, en el discurso electoral encontramos una profunda “levedad” y ello demuestra más bien que los partidos políticos, primeramente, no han sabido conquistar al ciudadano y que la democracia mexicana está en un nivel muy bajo de participación, lo que también sucede en otras partes del mundo, guardadas, desde luego, las proporciones y diferencias.
Pero también el discurso político de las autoridades se encuentra en los niveles más bajos de credibilidad, legitimidad y consistencia frente a la sociedad que cada día es más escéptica y desconfiada de sus autoridades, repito, también en todos los niveles, incluido el tema de naturaleza internacional.
Es frecuente, por ejemplo, escuchar expresiones de duelo, de solidaridad y de apoyo por parte de diversos líderes políticos, en tragedias como la que acaba de ocurrir en Orlando, Florida, Estados Unidos, pero esto ha sucedido en innumerables ocasiones tiempo atrás, y ¿qué se ha hecho con la venta indiscriminada de armas de fuego? Nada, puesto que cuando se toma el tema para su análisis y regulación en Estados Unidos, de pronto brota el tema económico. La armamentista es una de las principales industrias a nivel mundial y una de las que más utilidades produce.
Dirían algunos clásicos del discurso leve: ponderación de intereses económicos hacen de ese tema algo intocable, ¡dejémosle como está!
Y así otros temas que se manejan en el discurso político. Hoy en día, localmente, el tema de las inundaciones también es fuente inagotable de soluciones mágicas, arduos trabajos y proyectos de solución al sempiterno conflicto que sufre la capital queretana. El tema es abordado por las autoridades involucradas sin que se haya dado una solución de fondo y definitiva a esa problemática.
En suma, el discurso político hoy en día debiera optar por el silencio. Sí es mejor callar que decir o prometer cosas que no se cumplirán y van desgastando la palabra política hasta dejarla hueca, sin sentido y contenido.
Apostilla: dado que un político nunca cree lo que dice, se sorprende cuando otros le creen (Charles de Gaulle).
Maestro en la Facultad de Derechode la UAQ. @JorgeHerSol jorgeherrerasolorio@gmail.com