Las manifestaciones por la muerte de George Floyd, un hombre afroestadounidense asesinado por policías en Minneapolis, Minnesota, hace unos días, cobran fuerza alrededor de Estados Unidos. Y si bien la mayoría de manifestantes están mostrando su enojo por vías pacíficas, han habido brotes de vandalismo y violencia en algunas ciudades, llevando a que haya toque de queda en muchas de las ciudades grandes del país.

En parte, estas manifestaciones son una parte recurrente de la reacción de comunidades minoritarias, sobre todo afroamericanas, contra lo que ha sido un patrón de conducta de fuerzas policiacas en muchas ciudades, que tratan con mayor rudeza a los hombres de raza negra, con una serie de casos emblemáticos durante los últimos 20 años.

No hay duda de que los afroamericanos son más sujetos de arresto, juicio y encarcelamiento en Estados Unidos, frente a su peso en la población en total, y casi todos los hombres de raza negra en Estados Unidos han vivido situaciones de encuentros peligrosos con las fuerzas del orden en algún momento. El lunes un amigo mío desde la infancia, Gil Griffin, periodista, escritor y profesor en una escuela de élite en San Francisco, escribió en un periódico de Estados Unidos sobre su experiencia particular como hombre afroestadounidense y su temor frente a las fuerzas del orden, a pesar de que es un profesionista, no tiene antecedentes penales y vive en una comunidad mayormente blanca y asiática.

Si bien han habido avances en la relación entre comunidades afroamericanas y la policía en muchas ciudades —Minneapolis, por ejemplo, tiene su primer jefe de policía afroamericano, en gran parte como respuesta a una historia de problemas—, estos patrones de conducta son difíciles de transformar. Es cierto que los policías reaccionan diferente ante los hombres afroamericanos porque en muchas ciudades cometen más crímenes que otros grupos, pero también hay un fuerte legado del periodo en que las fuerzas del orden en Estados Unidos se usaban para mantener las jerarquías raciales de la mayoría blanca.

Y en esta ocasión las manifestaciones vienen justo en medio de la pandemia de Covid-19 y la crisis del desempleo en Estados Unidos. El asesinato de George Floyd a mano de policías es la mecha que incendió un reclamo más amplio en estos momentos de crisis generalizada. Se ha vuelto un grito contra todo lo que va mal en el país y se van sumando muchos otros manifestantes que a lo mejor tienen reclamos distintos.

Asimismo, habrá que reconocer que el país ya estaba bastante polarizado. Esa división ya tiene años construyéndose y tiene mucho que ver con los cambios económicos cada vez más rápidos y las transformaciones sociales, culturales y demográficas también muy veloces. Y si bien el presidente Trump no generó esta polarización, la ha usado políticamente para ganar la elección y reforzar su base política. Ya en su cuarto año de gestión, los ánimos de los que están a favor del rumbo del país y los que están muy preocupados por éste estaban de por sí muy ardidos, cuando llegó la pandemia, luego la crisis económica y después el asesinato de Floyd.

Así que, si bien estas manifestaciones se parecen a otras que se han dado contra la conducta policial, probablemente tengan una dinámica distinta y mucho más impredecible. Y faltan liderazgos que pueden ir buscando salidas y unificando a posiciones muy polarizados.

El lunes, el presidente Trump trató de calmar los disturbios, declarando que iba a sacar a las Fuerzas Armadas a patrullar las calles, luego se marchó a una iglesia quemada cerca de la Casa Blanca, para sacar fotos con una Biblia en la mano. Yo seguí las noticias en Fox, un canal afín al presidente, y CNN, uno mucho menos afín, y el contraste fue increíble.

El mensaje de Trump de acabar con los disturbios con la fuerza funcionó muy bien como mensaje a su base política, que ha estado esperando que él tome un rol más protagónico en restaurar el control. Pero con muchos otros ciudadanos menos afines a él, cayó como plomo. La obispa de la Iglesia anglicana donde posó para fotos criticó al presidente unos minutos después por usar su iglesia como accesorio en un juego perverso. Los gobernadores y alcaldes en los estados y ciudades más afectados por la violencia en su gran mayoría se opusieron a la idea de mandar tropas a sus calles.

Me acuerdo de otros mandatarios en medio de crisis extremas en el país —sobre todo el presidente George W. Bush en medio de los ataques del 11 de septiembre— y había una capacidad en esos momentos para unificar a un país asustado y en peligro, aun entre diferencias políticas. Temo que en estos momentos, justo cuando las demandas y las presiones se intensifican, no tenemos ese tipo de liderazgo en el presidente actual, y la sociedad tan polarizada tampoco está lista para un liderazgo que unifica. Por lo tanto, estos brotes de frustración podrán seguir dándose por mucho tiempo sin que hayan salidas claras o compromiso nuevos para resolver los problemas que dieron origen a las protestas.

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